Estrategia revolucionaria de la clase obrera para el siglo XXI – Parte 1 — Angry Workers

A continuación, se publican traducidos dos textos de Angry Workers, ambos publicados en 2020. El primer artículo es un Llamamiento a una nueva estrategia de la clase obrera, cuyo título expresa ya su contenido. En él se explica de forma muy breve y concisa la propuesta de Angry Workers para reflexionar y concretar una nueva estrategia para la emancipación de los trabajadores. Aunque anterior en el tiempo, parte de esta reflexión se concreta en el segundo y principal texto, que se titula Estrategia revolucionaria de la clase obrera para el siglo XXI – Parte 1 y en él se proponen una serie de tareas, divididas en 4 pasos que contituyan la base sobre la que «desarrollar estrategias políticas para superar los obstáculos materiales para una unificación internacional de las luchas de la clase obrera», de los cuales en este texto se aborda el primero de estos pasos, que consiste en «revisar los conceptos de “desarrollo combinado y desigual” junto con el de “composición de clase […] para intentar tomar lo que podría ser útil de ambos para un mejor marco conceptual que permita comprender la situación actual, cada vez más compleja». Del mismo modo que hacen Angry Workers, el traductor anima a los lectores, sean del país que sean, a reflexionar sobre esta propuesta y, si no participar en ella, por lo menos impulsar iniciativas análogas.

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Llamamiento a una nueva estrategia de la clase obrera

No se trata tanto de una llamada a una nueva organización como de una llamada a una nueva práctica. Necesitamos colectivos que contribuyan a las luchas de nuestra clase basándose en un análisis de las condiciones concretas y de lo que nuestros compañeros ya están haciendo. La reciente atención prestada a la política electoral ha desviado la atención de lo que es necesario: la autoorganización de los trabajadores en el trabajo y fuera de él; y un debate sobre cómo nuestras luchas cotidianas se relacionan con la lucha global por una nueva sociedad. Necesitamos reagruparnos urgentemente. ¿Por qué?

1. El Partido Laborista está torrado [agotado, desfasado, acabado]. ¡El pan original también estaba mohoso! La política electoral no funciona porque, una y otra vez, las propias iniciativas de los trabajadores son sofocadas y canalizadas hacia las campañas electorales. El Estado es el principal árbitro de la sociedad y las relaciones de clase. Convertir a los trabajadores en “ciudadanos con derecho a voto” oculta el hecho de que somos nosotros quienes tenemos el conocimiento y el poder para cambiar la sociedad a mejor. Tenemos que utilizarlo para nuestros propios fines. Esto no es sólo dogma ideológico – se basa en las lecciones históricas de los últimos cien años: desde Alemania en la preguerra hasta América Latina del siglo XXI y Grecia.

2. Lo que nos lleva a nuestro segundo punto. Los trabajadores necesitan construir sus propias estructuras independientes de toma de decisiones. Sólo con esto como base fundamental pueden evaluar su situación y utilizar las herramientas y estructuras que les lleven a donde quieren ir. No podemos limitarnos a “afiliarnos a un sindicato” y esperar que se produzcan milagros. Puede que tengamos que recurrir a la ley en determinados momentos, pero debemos tener los ojos bien abiertos: los aparatos sindicales son organizaciones que funcionan a pleno rendimiento y se sirven a sí mismas. Cualquiera que haya tenido alguna experiencia con la burocracia cuando las cosas empiezan a calentarse sabe a qué nos referimos. Puedes pasarte la vida intentando democratizar estas instituciones, pero en última instancia, los trabajadores necesitan confiar en sí mismos y coordinarse. Esto es lamentablemente deficiente y tenemos que centrar nuestra atención ahí.

3. Tenemos poder orgánico en el trabajo, pero las cosas también apestan fuera del trabajo. Tenemos que construir estructuras de solidaridad contra los caseros, las molestias de la oficina de empleo o de migración, contra los pequeños jefes de nuestras “comunidades”. Esta red de gente local crea vínculos con los lugares de trabajo locales y hay que establecer conexiones entre ambos. No deberíamos depender de los diputados, los concejales o los medios de comunicación para que hagan este trabajo por nosotros. Ellos tienen sus propias agendas.

4. Tenemos que debatir los puntos fuertes y débiles de las luchas locales actuales y entenderlas en su contexto internacional. En el Reino Unido hay una falta de análisis de las huelgas y de la actividad organizativa y una falta de debate que conecte las grandes cuestiones, por ejemplo, la “automatización” o el “impacto de la migración” con experiencias concretas en los talleres. Al centrarse en los laboristas, el debate se ha vuelto insular y hay poco intercambio entre los militantes de la clase trabajadora a escala internacional. El sistema es global, la crisis es global, la solución es global ¡Tenemos que comprometernos con ello!

Si estás de acuerdo con lo que hemos dicho y estás comprometido con este tipo de práctica de la clase trabajadora, ¡únete a nosotros! Tenemos previsto celebrar una conferencia en otoño para reunirnos todos y poner en marcha esta iniciativa. Es desalentador salir solo. Pero si seguimos confiando en las mismas viejas estructuras estatales para que hagan nuestro trabajo, ¡estaremos esperando para siempre!

¿Qué proponemos? Grupos locales, aunque sólo sean dos personas al principio, que se pongan en marcha, estableciendo una red de solidaridad, comprometiéndose con los centros de trabajo locales más grandes. Si no estás seguro de cómo empezar, podemos ayudarte.

Tenemos previsto celebrar una conferencia para los grupos existentes y las personas que comparten nuestra perspectiva en otoño de 2020. Si quieres participar, escríbenos.

letsgetrooted@protonmail.com


Estrategia revolucionaria de la clase obrera para el siglo XXI – Parte 1

Reflexiones sobre el “desarrollo desigual y combinado” y la “composición de clases”

Desde una perspectiva que sitúa a la clase trabajadora en el asiento del conductor de la emancipación social, nos encontramos en una situación contradictoria. Durante las últimas décadas los trabajadores, es decir, las personas que tienen que vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, se han convertido en la mayoría del planeta. Cuando Marx, desde su sillón, llamaba a los “trabajadores del mundo” a unirse, los trabajadores eran en realidad una ínfima minoría global, islas en un mar de artesanos independientes, campesinos y trabajadores forzados. Sólo hoy podemos hablar realmente de una “clase obrera global”, pero en la misma medida en que “ser trabajador” se ha convertido en un fenómeno global, “la clase obrera” parece haber desaparecido.

Algunas personas llegarán a la conclusión de que esta invisibilidad se debe a su falta de agencia política, al hecho de que la clase obrera ya no actúa como una fuerza política consciente. Aunque esto es cierto, es tautológico, es decir, no responde a la pregunta de por qué los trabajadores parecen haber perdido la cohesión social y política para actuar como clase.

Otros reaccionan ante esta invisibilidad afirmando que la clase obrera actual está demasiado fragmentada para unirse en una fuerza social. Caracterizan a la clase trabajadora en gran medida por el aumento masivo del empleo informal, el desempleo “sobreeducado”, los empleos precarios en lugares de trabajo más pequeños y a menudo no industriales y por estar en movimiento entre zonas rurales y urbanas o entre países. Escriben sobre los trabajos precarios y la separación. Pero en lugar de reconocer que sus esfuerzos individuales por analizar un tema tan vasto como “la clase obrera mundial” están llegando a un límite, inventan categorías nuevas y de moda, como la “multitud” o el “precariado”. Sin embargo, nuestra reacción inicial ante este punto de vista es ante todo empírica. ¿Qué ocurre con el crecimiento masivo de las industrias globales y las cadenas de suministro? En lugar de la atomización, encontramos una contracorriente de “concentración” industrial –la reconversión de lugares de trabajo más grandes- y la “industrialización” de la mano de obra en muchos sectores. Las sucursales bancarias han sido sustituidas por enormes centros de llamadas, las librerías por enormes almacenes de Amazon, las pequeñas clínicas por grandes hospitales y una miríada de pequeños fabricantes por enormes complejos industriales como Foxconn.

La idea de que el mundo está dominado por la “población sobrante”, excluida en gran medida de la producción de valor, es igualmente errónea. Cualquiera que conozca un poco las economías de los barrios marginales modernos sabrá que, por ejemplo, casi la mitad de las almendras estadounidenses se procesan en barrios marginales del norte de la India o que la producción de piezas de automóviles llega hasta los barrios marginales mexicanos. Algunos señalan que ahora nos enfrentamos a un “norte y un sur obreros”, afirmando que el norte global se ha desindustrializado prácticamente, mientras que el sur se ha convertido en el nuevo banco de trabajo del mundo. Desde un punto de vista empírico, esta afirmación es igualmente cuestionable. Podemos observar que en ambas mitades del globo existen centros industriales o zonas de marginación. Un análisis del antiimperialismo que se base en la idea de que ciertas zonas operan como meros proveedores de materias primas o que ciertas zonas obtienen beneficios extraordinarios del intercambio desigual con regiones menos desarrolladas tiene menos sentido hoy en día. Países como China, Arabia Saudí e India también tendrían que ser clasificados como “imperialistas” cuando se trata de acaparar minerales o tierras en África, por ejemplo, y Suecia sería el país más imperialista del mundo cuando se trata de obtener ganancias mediante el intercambio desigual.

Todo esto no es una cuestión de quién tiene el monopolio sobre la forma correcta de interpretar las estadísticas. Cuestionar las respuestas fáciles como la “multitud” o la división “norte y sur” puramente a través del empirismo también sigue siendo limitado dado el hecho de que, a pesar de la tendencia de un mayor número de trabajadores a unirse en los lugares de trabajo y a través de las cadenas de suministro, las luchas que hemos visto muestran una cierta separación. Desde principios de la década de 2000 hemos visto protestas callejeras y ocupaciones de plazas que no estaban lideradas por trabajadores que ya estaban organizados en grupos al trabajar juntos en empresas y sectores específicos, sino como “pobres precarios” que critican un estado de austeridad represivo y corrupto. Sin embargo, todavía podemos rastrear una “oleada huelguística global” en el trasfondo de estos movimientos, principalmente en las nuevas industrias de China, India y Brasil, pero también en aquellos países en los que se produjeron protestas callejeras y ocupaciones de plazas, como en Egipto y Túnez durante la llamada “primavera árabe”.

Esta separación entre los “pobres precarios en las calles” y las luchas de los trabajadores más organizados refleja divisiones materiales reales, no sólo una falta de conciencia política. Sin embargo, hasta que ambas no se unan, los dos bandos seguirán contenidos y quemados. Por un lado, las protestas callejeras se produjeron en un vacío político, ya que luchar contra la policía, ocupar espacios públicos o incluso derrocar a un gobierno no resuelve los problemas materiales de ser un trabajador empobrecido. Por otro lado, las huelgas pudieron hacer valer reivindicaciones materiales y repercutir en el poder estatal, pero no se convirtieron en un foco social. A diferencia de ciclos revolucionarios anteriores, las huelgas no se desarrollaron a una escala en la que la interrupción de la producción mostrara a la clase trabajadora en general que este proceso de producción podía ser tomado para cambiar toda la forma en que organizamos nuestras vidas.

Además, aunque los movimientos de protesta estallaron simultáneamente en varios lugares –los más recientes en Chile1, Bolivia, Ecuador, Sudán, Irak, Irán, etc.– los movimientos se centraron en gran medida en sus gobiernos nacionales. Ni la “condición global” de ser un trabajador móvil y precario ni la integración global de la producción parecen haber sido por sí solas una fuerza lo suficientemente cohesiva como para vincular estos movimientos a escala internacional2.

La reacción de la izquierda ante estos movimientos y su naturaleza contradictoria ha sido escasa. Ante el reto de desarrollar estrategias políticas para superar los obstáculos materiales para una unificación internacional de las luchas de la clase obrera, muchos en la izquierda intentan eludir estos retos promoviendo una “unificación electoral” y una vía parlamentaria hacia un cambio social gradual. Hemos escrito extensamente sobre los defectos de esta estrategia3. Por lo tanto, aquí es suficiente decir que esta estrategia no tiene en cuenta el hecho de que muchos de los recientes movimientos de la clase obrera estallaron en países del “socialismo del siglo XXI”, donde la izquierda en el gobierno nacional no fue capaz de superar las limitaciones estructurales impuestas por el capitalismo global y, en el proceso, debilitó a los movimientos de la clase obrera en términos de su independencia y autonomía.

Otra reacción de la izquierda ante las limitaciones de los movimientos es la negación y el rechazo a considerar la necesidad de un debate estratégico. Aquí podemos distinguir tres tendencias principales: el insurreccionalismo nihilista, que significa que sólo tenemos que luchar más duro y más “radicalmente”; el programatismo impotente, que significa que tenemos que repetir nuestro mensaje político de unificación de la clase obrera hasta que todo el mundo lo entienda; y el laborioso “seguir organizando”, que significa que sólo tenemos que trabajar más duro en nuestros barrios obreros y lugares de trabajo. Para los pocos camaradas que intentan comprender qué es realmente “la clase obrera global”4, el marco teórico y conceptual parece inadecuado para hacer frente a la cantidad de datos empíricos y a las múltiples facetas de las vidas y luchas de la clase obrera global en la actualidad.

Hemos abordado algunas de estas cuestiones en los últimos capítulos de nuestro nuevo libro, “Class Power on Zero-Hours5, pero queremos aprovechar el hecho de que muchos de nosotros disponemos actualmente de más tiempo del habitual para proponer un trabajo común en torno a la cuestión de la estrategia. Sugerimos cuatro pasos principales:

1. Revisar las dos únicas estrategias genuinas de la clase obrera que surgieron de los dos ciclos revolucionarios 1917-1923 y 1967-1979: ‘revolución permanente de desarrollo desigual y combinado’ y ‘composición de clase’.

2. Basándonos en una mejor comprensión conceptual, queremos analizar las diferencias materiales regionales y los puntos en común de los recientes movimientos en Francia, Chile, Sudán y la oleada de huelgas en China. Pensamos que estas cuatro regiones pueden servir como arquetipos de la composición actual del capital global y de la clase obrera, representando diferentes etapas de desarrollo.

3. Con el fin de comprender los retos de una “toma de control” de los medios de producción por parte de la clase obrera en las condiciones actuales, queremos realizar una investigación teórica y empírica sobre a) la división del trabajo intelectual y manual y b) la dimensión (internacional) de la cooperación, por ejemplo en forma de subcontratación y cadenas de suministro, en algunas de las industrias esenciales, como la agricultura, la energía y la fabricación de maquinaria.

4. Por último, basándonos en los nuevos conocimientos sobre los retos materiales para la unificación de la clase obrera, queremos debatir lo que podría significar una “organización internacional de la clase obrera” más allá de tener un programa histórico común. Queremos discutir cómo una organización de este tipo puede ser útil en términos prácticos y estratégicos y lo que un “Programa Comunista” podría significar en términos de medidas, en lugar de demandas.

Se trata de grandes cuestiones, por lo que no tenemos prisa y queremos abordarlas con el mayor número posible de camaradas. Si estás interesado en participar en el debate, por ejemplo a través de reuniones de Zoom, envíanos un correo electrónico:

angryworkersworld@gmail.com

Mientras tanto, empezamos haciendo algunas puntualizaciones sobre el primer punto de la lista anterior: revisar los conceptos de “desarrollo combinado y desigual” junto con el de “composición de clase”. Lo hacemos para intentar tomar lo que podría ser útil de ambos para un mejor marco conceptual que permita comprender la situación actual, cada vez más compleja.

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1. Revisando los conceptos de “desarrollo desigual y combinado” y “composición de clases”

La historia de los movimientos obreros pone de manifiesto los problemas materiales más evidentes de la unificación, como las fronteras estatales, las barreras lingüísticas, etc. El problema subyacente, que a menudo se enmarca en términos políticos por los Estados nación, pero que también encuentra expresiones ideológicas en formas religiosas o de otro tipo, es la desigualdad del desarrollo capitalista y las consiguientes divisiones que esto crea en la población trabajadora.

Durante los primeros periodos del capitalismo, la desigualdad del desarrollo significaba que los movimientos revolucionarios tenían que encontrar ideas y prácticas para unir a las regiones o sectores más pequeños de trabajadores asalariados (industriales) con la mayoría cuantitativa de artesanos pobres y campesinos o mano de obra de las plantaciones bajo el régimen colonial de la esclavitud. También surgió la cuestión de cómo podían relacionarse las luchas obreras de los “regímenes despóticos” menos desarrollados con los movimientos obreros más avanzados de las “democracias burguesas”.

Con el desarrollo general del capitalismo global, el desarrollo desigual se expresó en gran medida como una división entre los trabajadores organizados dentro del trabajo industrial y los trabajadores en diversas condiciones fuera de los centros industriales. Los trabajadores industriales experimentan más directamente la naturaleza colectiva de su trabajo, así como el hecho de que la productividad social bajo el capitalismo se vuelve contra los que producen. Esta experiencia es menos inmediata entre los demás trabajadores, que experimentarán más bien los crudos niveles de desigualdad, las consecuencias del empobrecimiento, la represión estatal o la marginación (doméstica). Para seguir siendo esquemáticos, los trabajadores industriales serán más propensos a desarrollar un sentido de poder social colectivo e ideas para trascender la forma actual de producir, mientras que los trabajadores más marginados son más propensos a centrarse en la necesidad de redistribución de la riqueza y/o confrontación (violenta) con las estructuras de poder6. [Mientras estas dos experiencias permanezcan separadas, no sólo morirán las insurrecciones, sino que se socavarán las condiciones materiales de la mayoría de los trabajadores.

Aunque el desarrollo desigual tiene un contenido político y es gestionado por los Estados nacionales hasta cierto punto, está determinado en gran medida por el proceso capitalista de acumulación y la lucha de clases en su seno. La tendencia general a la concentración urbana e industrial crea el traspaís. La reacción a la lucha obrera mediante la deslocalización y el desmantelamiento de los bastiones industriales crea los cinturones de óxido. La obligación general de encontrar condiciones más rentables significa que el mosaico de desarrollo y subdesarrollo cambia constantemente en todo el mundo. Esto impone barreras y ritmos conflictivos a los movimientos de clase.

Los revolucionarios han podido denunciar el absurdo del desarrollo y la productividad bajo el capitalismo con bastante facilidad: los aumentos de la productividad social, por ejemplo, mediante la aplicación de nuevas tecnologías, conducen al subempleo para muchos y al agotamiento para los que tienen trabajo. El subempleo ejerce presión sobre los salarios, lo que a su vez significa que a pesar del potencial de “trabajar menos y tener un mejor nivel de vida” los trabajadores trabajan más y son relativamente más pobres –relativamente en comparación con lo que la etapa de desarrollo podría proporcionarnos, pero a menudo también relativamente en comparación con las generaciones anteriores. Se trata de propaganda materialista que demuestra que una sociedad mejor no es una mera utopía, sino una posibilidad real.

Es una buena propaganda pero, hasta cierto punto, impotente. Si los dos polos de la contradicción revolucionaria –un aumento de la productividad social por un lado lleva a un aumento de la pobreza relativa por el otro– se encontraran en una sola experiencia, el sistema explotaría. El problema es que esta experiencia se difunde dentro de la clase obrera mundial (lo que significa que diferentes grupos la experimentan en diferentes momentos y de diferentes maneras) y está mediada por las medidas e ideologías de los Estados-nación. A su vez, esta mediación de los estados nación se ha convertido en el centro de la “estrategia” revolucionaria, en forma de antiimperialismo, tercermundismo, movimientos de liberación nacional, etc. Al centrarse en el nivel del Estado-nación, estas “estrategias” han contribuido a disfrazar la contradicción revolucionaria subyacente del sistema.

Los revolucionarios han sido menos prolíficos a la hora de forjar estrategias para que los movimientos de la clase obrera superen las barreras (regionales) del desarrollo desigual, más allá de llamar a todos los trabajadores a unirse en tal o cual organización o ejército popular. Para decirlo sin rodeos, el movimiento sólo ha presentado dos estrategias diferentes. Como era de esperar, estas estrategias se formularon en los dos principales ciclos revolucionarios del siglo XX:

(1) Apoyándose en gran medida en trabajos anteriores de Parvus/Helphand, la experiencia de la revolución de 1905 en Rusia tras la derrota militar contra el ejército japonés llevó a León Trotsky a elaborar el concepto de “desarrollo desigual y combinado” como base material para una “revolución permanente”. Su principal preocupación era si era posible una revolución socialista en la Rusia subdesarrollada y qué significado tendría la relación con las luchas obreras en los países europeos más industrializados. Reflexionando sobre los resultados de la Revolución de Octubre en Rusia en 1917 y los levantamientos revolucionarios en China en 1925 – 1927, Trotsky desarrolló aún más el concepto.

(2) El fermento de las erupciones sociales de 1969 a 1977 fue la rápida industrialización del norte de Italia en la década de 1950, junto con la migración masiva desde el sur y la nueva organización de la producción basada en la cadena de montaje que chocó con una clase obrera “cualificada” establecida con una profunda experiencia histórica de organización comunista. En sus esfuerzos por comprender las relaciones entre los núcleos industriales del norte y el papel del subdesarrollo en el sur de Italia, así como entre los nuevos trabajadores de las cadenas de montaje y una nueva generación de ingenieros técnicos, los camaradas de revistas como Quaderni Rossi o grupos como Potere Operaio desarrollaron el concepto de “composición de clase”.

A continuación daremos una breve visión general de ambos conceptos y de su contexto histórico. A continuación, examinaremos sus similitudes y diferencias y, por último, debatiremos hasta qué punto son útiles en el contexto actual de cambio de las condiciones globales del capital y las clases. No conocemos esfuerzos similares para contrastar históricamente estos dos conceptos, lo que demuestra principalmente lo aisladas que permanecieron entre sí las dos tendencias políticas –el trotskismo y el llamado “operaísmo”–, a pesar del hecho de que ambos conceptos corrieron una suerte muy similar una vez que fueron sacados de un contexto revolucionario y se convirtieron en fórmulas sociológicas y antropológicas anodinas.

Desarrollo desigual y combinado

Marx sentó las bases del concepto de “desarrollo combinado”. En 1847 escribió (a su manera todavía “humanista”):

«Sostener que cada nación pasa internamente por este desarrollo [de la industria en Inglaterra] sería tan absurdo como la idea de que cada nación está obligada a pasar por el desarrollo político de Francia o el desarrollo filosófico de Alemania. Lo que las naciones han hecho como naciones, lo han hecho para la sociedad humana»7

Marx era muy consciente del hecho de cómo el desarrollo desigual repercute en las luchas de la clase obrera. Podemos ver esto en sus escritos sobre la economía esclavista de antebellum en los estados del sur de los EE.UU. o sobre la importancia de las luchas obreras contra el despotismo británico en Irlanda para el movimiento obrero en el corazón colonial. Aunque estos escritos aún podrían interpretarse como un mero apoyo a la “liberación nacional”, desprovisto de contenido de clase, Marx fue más allá en su intercambio con la revolucionaria rusa Vera Zasúlich. En sus cartas plantea la posibilidad de que las restantes estructuras colectivas del campo ruso, las llamadas Mir u Obchina, interactuaran con las revoluciones en las regiones industriales avanzadas de Europa occidental, donde podría confluir lo mejor de dos mundos, y el campo ruso podría evitar tener que pasar por el atolladero del desarrollo capitalista. La idea de que diferentes experiencias o estadios que existen dentro de la clase, como el desarrollo industrial avanzado y las formas de simple colectividad horizontal, puedan fusionarse y que de ello pueda salir algo nuevo, es compleja y se perdió para muchos entre la siguiente generación de “marxistas”. El propio Marx podría haber contribuido a ello, por ejemplo al describir el desarrollo del capitalismo en Inglaterra como un arquetipo para el desarrollo de otras naciones en el Manifiesto Comunista.

A principios del siglo XX, con algunas excepciones como Kautsky o Luxemburg, la dirección oficial de la socialdemocracia “marxista” aplicó un análisis insular a la situación de Rusia. Veían el atraso general de Rusia, la forma no democrática del Estado y el predominio de relaciones semifeudales en el campo, sólo en el contexto de los confines de las fronteras de la nación. Así, llegaron a la conclusión de que la sociedad rusa tendría que experimentar un mayor desarrollo capitalista para madurar hacia una revolución socialista. Este análisis tuvo graves consecuencias políticas y prácticas. Plejánov, el líder de la socialdemocracia marxista en Rusia, siguió esforzándose por forjar una alianza con la “burguesía democrática”, lo que debilitó las fuerzas revolucionarias de la clase obrera cuando estos “demócratas” se convirtieron en reaccionarios durante la Revolución de Octubre. Los dirigentes del SPD en Alemania podían justificar su apoyo a la maquinaria bélica alemana en 1914 argumentando que una guerra contra el régimen zarista en Rusia ayudaría a superar el atraso del país y, por tanto, constituiría un paso hacia el socialismo. Aparte de gente como Parvus/Helphand o Trotsky no hubo muchas voces que cuestionaran este punto de vista nacional y etapista. Entre los anarquistas fueron sobre todo los camaradas que emigraron al extranjero los que desarrollaron un horizonte más amplio sobre la perspectiva de la revolución social. Por lo demás, el anarquismo tampoco consiguió superar las limitaciones de los socialrevolucionarios rusos y su visión provinciana de que la revolución se centraría en el campesinado y su supuesto deseo de volver a las viejas costumbres rusas de arar el campo. En el mejor de los casos sugerirían una alianza de obreros y campesinos, sin abordar la cuestión del atraso y el aislamiento.

Dos experiencias históricas llevaron a Trotsky a cuestionar la burda visión nacionalista y etapista del marxismo oficial: la derrota del ejército ruso por las fuerzas japonesas en 1905 y su participación en los levantamientos obreros de 1905 en Rusia. Japón ganó la guerra principalmente debido a la potencia industrial del país, que fue capaz de producir una moderna maquinaria de guerra. El rápido desarrollo de la industria local contrastaba fuertemente con el “atraso” general de su forma estatal. La desconexión entre la forma de Estado y el desarrollo industrial puso en tela de juicio la opinión predominante de que cada país experimentaría el mismo cambio gradual de una formación social feudal/monárquico-agraria a una capitalista/democrática-industrial. El levantamiento obrero de 1905 en los centros manufactureros de Rusia demostró que la tensión objetiva entre una estructura industrial desarrollada dentro de un Estado y una estructura administrativa aún dominada por la aristocracia terrateniente podía crear una oposición subjetiva revolucionaria. Trotsky analizó el “desarrollo desigual y combinado” de Rusia dentro del sistema estatal internacional del que dependía.

Señaló acertadamente la contradicción de que el atraso del régimen zarista estaba, hasta cierto punto, fortificado por las relaciones internacionales con los estados más desarrollados de Europa occidental. Para asegurar su posición en el sistema estatal, desde principios de la década de 1860 el régimen zarista se vio obligado a construir una industria (armamentística) moderna, obligado por lo que Trotsky llamó el “látigo de la necesidad externa”. Dado que el Estado estaba dominado por una clase terrateniente que se oponía a gravar con impuestos a un sector agrario ya subdesarrollado, la industrialización se financió principalmente mediante préstamos de capital extranjero de Francia y otras naciones occidentales.

«El atraso histórico no implica una simple reproducción del desarrollo de los países avanzados, Inglaterra o Francia, con un retraso de uno, dos o tres siglos”, señalaba Trotsky: “Engendra una formación social “combinada” completamente nueva en la que las últimas conquistas de la técnica y la estructura capitalistas se enraízan en las relaciones de la barbarie feudal o prefeudal, transformándolas y sometiéndolas y creando peculiares relaciones de clases»8

Al tiempo que intensificaba el intercambio y la interdependencia con el sistema estatal capitalista, el proceso de industrialización también agravó la tensión interna de la sociedad rusa, principalmente mediante la creación de una clase obrera industrial moderna. El desarrollo industrial en Rusia tuvo características peculiares. Ocurrió más rápidamente, pero lo que es más importante, saltó por encima de la etapa de la pequeña manufactura y la producción artesanal. Esto significaba que las unidades industriales de ciudades como San Petersburgo eran, por término medio, mucho más grandes y estaban equipadas con tecnología más moderna que sus homólogas occidentales, y empleaban a trabajadores que, en la mayoría de los casos, no habían sido lanzados directamente del campo a un proceso de producción industrial moderno. Además, la nueva clase obrera industrial concentrada no estaba tan rodeada de “instituciones burguesas” como sus homólogos occidentales. Al saltarse la etapa artesanal, los sindicatos tradicionales desempeñaron un papel menos importante en la mediación y canalización de las iniciativas de los trabajadores. Aparte de que la estructura económica no favorecía el desarrollo de una gran clase media, el régimen zarista también había suprimido las “libertades burguesas” y las asociaciones. La clase obrera creció más rápido que su contención.

Este poder estructural se combinó con los resultados sociales de un proceso de industrialización financiado por la deuda. Para sostenerlo, el Estado necesitaba exportar grano para pagar la deuda externa. Cuando cayeron los precios internacionales de los cereales, aumentó la presión sobre el campesinado para que entregara más grano sin proporcionarle los medios para aumentar la productividad. Las revueltas campesinas se hicieron más frecuentes y tendrían su repercusión en los nuevos campesinos-trabajadores. Esta situación estalló en 1905, cuando la nueva clase obrera demostró que podía desarrollar formas políticas avanzadas de organización, como los consejos. Trotsky dijo que en Rusia

«El proletariado no surgió gradualmente a través de los tiempos, arrastrando consigo la carga del pasado, como en Inglaterra, sino a saltos, implicando cambios bruscos de entorno, vínculos, relaciones, y una ruptura brusca con el pasado. Fue precisamente esto —combinado con las opresiones concentradas del zarismo— lo que hizo que los obreros rusos fueran hospitalarios con las conclusiones más audaces del pensamiento revolucionario, del mismo modo que las industrias atrasadas fueron hospitalarias con la última palabra en organización capitalista»9

El análisis de los factores objetivos —la interdependencia internacional de las relaciones de clase en Rusia, el “desarrollo combinado” de la industria moderna en un marco político y una sociedad rural subdesarrollados— y su experiencia con la expresión subjetiva durante el levantamiento de 1905 llevaron a Trotsky a romper con la posición socialdemócrata predominante de que Rusia sólo estaba “madura” para una revolución democrática, no socialista.

«La posición de vanguardia de la clase obrera en la lucha revolucionaria; el vínculo directo que está estableciendo con el campo revolucionario; la habilidad con la que está subordinando el ejército a sí misma —todos estos factores la están conduciendo inevitablemente al poder. La victoria completa de la revolución significa la victoria del proletariado. (…) Esta última, a su vez, significa una nueva revolución ininterrumpida. El proletariado está cumpliendo las tareas básicas de la democracia, y en un momento dado la propia lógica de su lucha por consolidar su dominio político le plantea problemas puramente socialistas»10

Contrarrestó el argumento de que la clase obrera industrial de Rusia era numéricamente demasiado pequeña para dirigir una revolución socialista rompiendo el marco nacional de pensamiento. Sostuvo que Rusia era el eslabón más débil del sistema estatal internacional y que una insurrección revolucionaria de la clase obrera industrial local podría ser la chispa de una reacción en cadena internacional. Dado el vasto y subdesarrollado interior rural de Rusia, una revolución socialista allí dependería necesariamente de las revoluciones de los países más desarrollados para sobrevivir. El pequeño núcleo de trabajadores industriales urbanos de Rusia necesitaría conectar con los núcleos desarrollados de Occidente y utilizar su apoyo para construir cabezas de puente en el mar de la miseria agraria rusa. Al igual que la transición mundial al capitalismo industrial fue desigual y combinada, también lo sería la transición posterior más allá del capitalismo.

Pensamos que en este momento histórico el concepto de “desarrollo combinado” y sus conclusiones en forma de “revolución permanente” constituían la estrategia política internacionalista y obrera más avanzada. Llegados a este punto del argumento, cualquier camarada serio se preguntaría si esta “posición avanzada” está relacionada, y de qué manera, con el papel más bien problemático, si no contrarrevolucionario, que Trotsky desempeñaría más tarde en el curso de la Revolución Rusa. Antes de la revolución estableció las medidas más básicas que los trabajadores tendrían que emprender.

«Abolición del ejército permanente y de la policía, armamento del pueblo, eliminación del mandarinato burocrático, introducción de elecciones para todos los funcionarios públicos, equiparación de sus salarios y separación de la Iglesia del Estado: éstas son las medidas que deben aplicarse en primer lugar, siguiendo el ejemplo de la Comuna»11

Sin embargo, durante la revolución, Trotsky se convertiría en el principal impulsor del restablecimiento de un ejército permanente y de la reintroducción de jerarquías salariales y directivas en las fábricas. Este artículo no trata de la derrota interna y externa de la revolución en Rusia, pero queríamos plantear esta flagrante contradicción para futuros debates. En este punto nos limitamos a describir brevemente la progresión y degeneración del concepto de “desarrollo desigual y combinado”.

En vida de Trotsky, la agitación revolucionaria en China en 1925-27 parecía demostrar la validez del concepto. Trotsky vio aquí una oportunidad para la independencia política y organizativa de la clase obrera, basada en la combinación de la rápida industrialización y la creciente interrelación de China con potencias industriales como Japón. Durante el levantamiento, utilizando el mando sobre la Comintern, Stalin ordenó al Partido Comunista local de China que subordinara su propia organización y reivindicaciones a las de los nacionalistas burgueses del Kuomintang para formar una alianza antifeudal para una “revolución nacional”. El resultado fue que los obreros insurgentes pero desarmados, que habían formado consejos en los bastiones industriales, y los propios militantes del Partido Comunista, fueron masacrados por sus “aliados burgueses progresistas”, que entendían mejor la dinámica revolucionaria de las luchas obreras que la dirección del partido en la madre patria del “Movimiento Comunista” internacional.

Con el declive del ciclo revolucionario tras la Primera Guerra Mundial, el contenido de clase del concepto de revolución permanente quedó marginado incluso dentro del movimiento trotskista. La atención ya no se centró en la producción y el comercio globales y en cómo vinculan a la clase obrera en regiones de diferentes etapas de desarrollo económico y político. La teoría se convirtió en un plan esquemático para la revolución. No fue sorprendente entonces que sólo unas pocas organizaciones revolucionarias fueran algo críticas con los representantes oficiales de los “movimientos de liberación nacional y anticoloniales” del sur global (Vietcong, dirección revolucionaria cubana) durante el último levantamiento global de 1968. Sin dejar de ser críticos con la dirección política, la degeneración de la teoría de la revolución permanente significó que la mayoría de las organizaciones trotskistas no fueron capaces de desarrollar una estrategia práctica independiente para la clase obrera más allá de pedir una “dirección verdaderamente revolucionaria”. Una estrategia de la clase obrera habría tenido que cambiar el enfoque de las expresiones políticas de los levantamientos a su base material: ¿cómo conectar la militancia de la clase obrera en las democracias industriales, el “bloque socialista” industrial y los pequeños elementos de la clase obrera en el sur global en gran parte agraria, en una fase en la que el sur global seguía siendo en gran medida un proveedor de materias primas para la fabricación en el norte?

Al sacar el concepto de su contexto histórico específico, se desactivó su naturaleza explosiva. Mientras que los grupos políticos podían utilizarlo como modelo para denunciar o fomentar alianzas políticas, la declaración del “desarrollo desigual y combinado” como “ley de la historia humana” lo convertía en una fórmula prefabricada para el ámbito académico. El propio Trotsky había facilitado este tipo de apropiación con declaraciones como las siguientes:

«El privilegio del atraso histórico —y tal privilegio existe— permite, o más bien obliga, a adoptar cualquier cosa que esté lista antes de una fecha determinada, saltándose toda una serie de etapas intermedias. De la ley universal del desequilibrio se deriva, pues, otra ley que, a falta de un nombre mejor, podemos llamar la ley del desarrollo combinado, por la que entendemos un acercamiento de las diferentes etapas del viaje, una combinación de pasos separados, una amalgama de formas arcaicas con otras más contemporáneas»12

Hoy en día podemos encontrar miles de artículos antropológicos y sociológicos en los que los autores creen estar diciendo algo profundo cuando utilizan el término “desarrollo desigual”, simplemente para describir el hecho de que las sociedades humanas se influyen mutuamente.

Aún así, desde un punto de vista que busca la posibilidad de la autoemancipación internacional de la clase obrera, el concepto podría tener todavía un valor de uso. Trotskistas contemporáneos más serios, como Neil Davidson, cuestionan el intento de convertir el concepto en una ley eterna. Davidson afirma que el concepto de “revolución permanente” sólo es aplicable a situaciones sociales en las que la lucha revolucionaria de los trabajadores tiene lugar bajo regímenes despóticos no burgueses y, por tanto, contienen un potencial tanto democrático como socialista. En este sentido, el concepto sería anticuado, a menos que se ampliara, por ejemplo, a la relación entre las luchas anticoloniales en Angola y Mozambique y la Revolución de los Claveles en Portugal en 1975. En este caso, las huelgas y las actividades guerrilleras en las colonias obligaron al Estado portugués a apretar las tuercas a la clase obrera “en casa”, en Portugal. La movilización y los motines de reclutas, en su mayoría de la clase obrera, para luchar contra los levantamientos anticoloniales fue la gota que colmó el vaso, provocando el levantamiento popular que puso fin a la dictadura en Portugal. Sin embargo, la evolución posterior tanto en Mozambique como en Angola (con las guerras civiles y las dictaduras subsiguientes) pone en duda que existiera realmente un núcleo obrero y “socialista” en la lucha anticolonial.

Para Davidson, el concepto de “desarrollo desigual y combinado”, aunque confinado históricamente a las sociedades capitalistas, sigue teniendo validez en la actualidad. Veamos primero cómo argumenta Davidson por qué la ‘combinación’ sólo se da en el capitalismo:

«Hasta el advenimiento del capitalismo, las sociedades podían tomar prestado de las demás, influirse mutuamente, pero no estaban lo suficientemente diferenciadas entre sí como para que los elementos se ‘combinaran’ con algún efecto. De hecho, fue el advenimiento del capitalismo industrial el que inició tanto “la gran divergencia” entre Occidente y Oriente como —por primera vez en la historia— el impacto abrumadoramente unidireccional del primero sobre el segundo que le siguió. Como deja claro el propio Rosenberg: “La China imperial mantuvo su liderazgo en el desarrollo durante varios siglos; sin embargo, la irradiación de sus logros nunca produjo en Europa nada parecido al largo y convulso proceso de desarrollo combinado que la industrialización capitalista en Europa inició casi inmediatamente en China” (Rosenberg 2007, 44-45). La detonación del proceso de desarrollo desigual y combinado requería sin duda una industrialización y una urbanización repentinas e intensivas. (…) ‘En contraste con los sistemas económicos que lo precedieron’, escribió Trotsky, ‘el capitalismo aspira inherente y constantemente a la expansión económica, a la penetración de nuevos territorios, a la conversión de economías provinciales y nacionales autosuficientes en un sistema de interrelaciones financieras’ (Trotsky 1974b, 15)»13

¿Cuál es entonces el núcleo de la ‘combinación’? Podríamos resumirlo de la siguiente manera: A través de la interacción en el seno del sistema mundial de Estado y de producción, ciertos Estados, generalmente menos desarrollados en cuanto a su sistema político y administrativo, se ven obligados, ya sea económicamente o para estabilizar su régimen político, a introducir medios modernos de producción en determinadas zonas o sectores. Esto conduce a una rápida transformación de la estructura de la clase obrera local existente, por ejemplo mediante nuevas concentraciones industriales o nuevos medios de comunicación. Las luchas en estas condiciones tienen el potencial de desbordar el relativamente inestable orden existente, en particular si el “salto” en el desarrollo se logró mediante la dependencia de la deuda (externa) o una gama limitada de bienes de exportación, principalmente en forma de materias primas.

Davidson ofrece algunos ejemplos generales en los que tal “combinación” desempeña un papel en la actualidad:

«No necesitamos mirar muy lejos para encontrar ejemplos realmente sorprendentes de desarrollo combinado en la actualidad. En Arabia Saudí, un sistema político tribal se ha injertado en una sociedad industrializada, de modo que el Estado, que posee la riqueza de la sociedad, es a su vez propiedad de una extensa familia de príncipes de 7.000 miembros. La unión de lo viejo y lo nuevo rara vez se presenta de forma más extrema que ésta. Y, sin embargo, una fracción significativa del suministro energético mundial se basa en este peculiar híbrido político (y los acontecimientos del 11-S y posteriores demostraron lo inestable y desestabilizador que puede llegar a ser este híbrido)»14

Este ejemplo podría tener más chicha si Davidson añadiera el hecho de que el régimen local depende de millones de trabajadores inmigrantes procedentes de toda una serie de países asiáticos. Los inmigrantes constituyen incluso la mayoría en algunos de los rangos inferiores del aparato estatal; por ejemplo, muchos agentes de policía son contratados en Pakistán. Sus países de origen dependen en gran medida de las remesas de los trabajadores y han sido escenario de recientes guerras civiles (Nepal, Bangladesh), por lo que son relativamente inestables, o dependen de regímenes políticos brutales para imponer la industrialización local (China, partes de India). Arabia Saudí está integrada en el intercambio mundial no sólo a través del petróleo, las armas y las finanzas. En países como Sudán, las inversiones procedentes de Arabia Saudí dominan gran parte del sector agrícola. El crisol de trabajadores inmigrantes en Arabia Saudí, su enorme importancia a la hora de sostener un régimen despótico y las tensiones políticas “en casa” podrían convertirse en una “combinación” explosiva de factores.

Davidson ve en la clase obrera urbana de Al Alto, en Bolivia, un ejemplo de la dimensión más subjetiva de la “combinación”. Señala que la combinación de un gran número de antiguos mineros con experiencia en organización industrial que se han asentado en la ciudad con organizaciones de barrio ya existentes ha creado la base de un movimiento obrero urbano muy politizado. Se trata, en efecto, de una “combinación” interesante, pero no contiene la dimensión de interdependencia internacional tanto del sistema estatal como del proceso de producción, como lo hace el concepto original. Similarmente este ejemplo de Sudáfrica, descrito en “Forces of Labor” de Beverly Silver:

«Para Mahmood Mamdani (1996: 218-84), el caso de la Sudáfrica del apartheid ofrecía una variación sobre el mismo tema. En 1948, con la victoria del Partido Nacionalista, Sudáfrica pasó bruscamente de las políticas de estabilización laboral a “las expulsiones masivas de africanos de las ciudades y la vigilancia enérgica de la afluencia y la residencia” (Cooper 1996: 6). Como resultado, los trabajadores inmigrantes sudafricanos, escribe Mamdani, se convirtieron en “las cintas transportadoras entre el activismo urbano y el descontento rural”. Llevaron “formas de militancia urbana de las ciudades a las reservas en la década de 1950” y luego llevaron “la llama de la revuelta de lo rural a lo urbano” en la década de 1960, culminando en el levantamiento de Soweto de 1976. En la década posterior a Soweto, el Estado sudafricano se vio obligado a volver a las políticas de estabilización laboral. Intentó “levantar una muralla china entre la población migrante y la de los township” y limitar los derechos de organización sindical a la mano de obra urbana residente, al tiempo que “apretaba las tuercas del ‘control de afluencia’ a los migrantes”. Esta estrategia de trazado de fronteras, a su vez, contribuyó a convertir la “diferencia” entre trabajadores urbanos migrantes y residentes en una “división” cargada de tensiones (Mamdani 1996: 220-1)»15

Otro ejemplo que Davidson utiliza para demostrar la relevancia actual del concepto es China:

«Al producir el repentino ascenso de China como gran potencia, el desarrollo desigual está impulsando una revolución geopolítica mientras Estados Unidos se apresura a desvincularse de Europa y Oriente Medio para concentrarse en su famoso ‘pivote hacia Asia’. Al mismo tiempo, ha surgido una nueva estructura de interdependencia económica que ya ha tenido importantes consecuencias para el desarrollo mundial. Como sabemos, a partir de la década de 1990, el modelo chino de desarrollo orientado a la exportación produjo una oleada de productos baratos que contrarrestó las tendencias inflacionistas de las economías occidentales. Además, las compras chinas de bonos del Tesoro estadounidense contribuyeron a mantener los tipos de interés estadounidenses más bajos de lo que habrían tenido que ser para financiar el déficit comercial. El resultado neto de todo ello fue, sin duda, una prolongación del auge económico mundial de la década de 1990 y, posiblemente, unos niveles mucho más elevados de deuda soberana y privada cuando ese auge finalmente se desplomó en 2007-2008. No se trata de que China causara el colapso. Se trata más bien de que el desarrollo desigual internacional, con sus efectos deflacionistas y sus desequilibrios comerciales mundiales, es un ingrediente clave de la crisis económica que todavía vivimos hoy»16

Aquí Davidson podría estirar el concepto de “desarrollo combinado” hasta tal punto que deje de describir algo más que la interdependencia habitual de las naciones dentro del mercado mundial, sin poder decirnos nada más sobre el impacto del desarrollo regional (desigual) en la lucha de clases. Volveremos a la cuestión de la pertinencia del concepto cuando lo contrastemos con los debates en torno a la “composición de clase”. La siguiente cita de Davidson insinúa que ambos conceptos están al menos relacionados:

«Tomemos, por ejemplo, el Mezzogiorno italiano, donde la unificación italiana fue seguida de un pronunciado proceso de desindustrialización, que condujo a una fuga constante de capitales hacia el Norte, con una reserva a largo plazo de mano de obra barata, productos agrícolas baratos y una clientela dócil en el Sur; En este caso, el proceso de desarrollo desigual y combinado condujo a niveles de militancia similares a los observados en países caracterizados por un atraso más general, siendo el episodio clave la revuelta de los inmigrantes italianos contra sus condiciones de vida y sus bajos salarios durante el “milagro industrial” de finales de los 50 y principios de los 60. Lo interesante del ejemplo italiano, sin embargo, es que el proceso ha continuado, en diferentes formas, hasta nuestros días»17

Composición de clase

Resulta sorprendente que Davidson utilice las consecuencias del rápido desarrollo industrial en la Italia de posguerra como ejemplo de “desarrollo desigual y combinado” cuando este desarrollo también se convirtió en el laboratorio social del concepto de “composición de clase”.

En la Italia de los años 60, los camaradas de revistas como Quaderni Rossi y organizaciones como Potere Operaio intentaron comprender cómo el subdesarrollo del sur del país estaba relacionado con la rápida industrialización del norte, y cómo esto no era sólo un resultado económico de la acumulación, sino parte de las políticas económicas planificadas modernas. Intentaron comprender cómo la experiencia de los trabajadores agrarios del sur con los terratenientes y sus mafias influyó en sus luchas una vez que emigraron al norte. Veían la cadena de montaje como un arma de explotación que disciplinaba a los trabajadores recién llegados de la agricultura y los separaba de los trabajadores cualificados del antiguo movimiento socialista tradicional. Vieron que la cadena de montaje se convertiría en un medio de comunicación de un nuevo ciclo de lucha, al generalizar las experiencias de la clase obrera de Turín a Liverpool y Detroit. Las luchas en el centro podrían desarrollar un efecto de arrastre hasta los remansos del sur subdesarrollado, ya fuera Sicilia o Alabama.

A diferencia de la línea tradicional del Partido Comunista – o de las estrategias socialistas democráticas actuales– veían la relación entre una nueva generación de técnicos (trabajadores intelectuales) y los llamados trabajadores no cualificados (manuales) no como una alianza entre “trabajadores de la cabeza y trabajadores de la mano”, que básicamente consagraría la jerarquía impuesta por la división del trabajo. Observando a los trabajadores “intelectuales” y a los manuales, vieron que el desarrollo y el subdesarrollo coexisten dentro de la misma industria. Los trabajadores intelectuales, como los ingenieros, tienen acceso a tecnologías y conocimientos sociales avanzados, mientras que los trabajadores manuales suelen utilizar herramientas bastante primitivas. Mientras no se rompa esta división del trabajo y esta brecha de desarrollo, la clase obrera podría pacificarse: los “trabajadores intelectuales” buscarían soluciones técnicas a los problemas sociales y los trabajadores manuales rechazarían colectivamente el sistema de producción, pero no lo sustituirían. Así que, en lugar de proponer alianzas, los nuevos camaradas se refirieron al origen obrero de una nueva generación de estudiantes técnicos, a su sentimiento de alienación como trabajadores intelectuales, a su doble existencia como ingenieros con un margen limitado para la creatividad y como fuerza de gestión y supervisión de la patronal. A su vez, cuestionaron que el trabajo industrial moderno fuera realmente “no cualificado” y puramente “manual” y descubrieron sus dimensiones sociales y creativas, por ejemplo señalando hasta qué punto la producción fabril moderna seguía dependiendo de la improvisación. A partir de ahí pudieron proponer formas de lucha más allá de las alianzas entre “intelectuales” y trabajadores. Su objetivo era encontrar formas que socavaran la jerarquía del conocimiento, como en las asambleas comunes y los colectivos políticos18.

Estos camaradas iban más allá de la mera descripción de las diferencias y conexiones entre diversos segmentos de la clase, sino que buscaban lugares en los que las luchas pudieran conducir a la generalización y a la unidad orgánica de la clase. Su esperanza era que los sectores más avanzados, tanto en términos de productividad social como de intensidad de la lucha, pudieran expresar el potencial de una nueva sociedad e irradiar hacia los sectores atrasados de la sociedad.

A diferencia del concepto de desarrollo desigual y combinado, el concepto de composición de clase tomó como punto de partida la concepción de Marx de la “composición orgánica del capital”, en lugar del sistema estatal internacional. Por “composición orgánica del capital” se entiende la relación en la que el capital reúne el “capital variable” (salarios de los trabajadores) y el “capital constante” (materias primas y maquinaria) para producir para el beneficio. Marx señaló que, bajo la presión de la competencia internacional en la superficie y de la lucha de clases en su núcleo, por ejemplo la lucha de los trabajadores por una jornada laboral más corta, el capital se ve obligado a invertir en maquinaria y otros medios para aumentar la productividad. La “composición del capital” cambia permanentemente, principalmente aumenta la parte del “capital constante” y disminuye la del “capital variable”. El marxismo oficial de los partidos comunistas trató este proceso en gran medida como un proceso económico o incluso como una “ley económica”, con características casi naturales.

A través de Marx, los camaradas de Quaderni Rossi redescubrieron la naturaleza política y antagónica de este proceso: la lucha de clases dentro del proceso aparentemente “automático” de acumulación de capital. Es la lucha por salarios más altos y contra las diversas formas en que el capital intenta exprimir más trabajo de los trabajadores una vez comprada su fuerza de trabajo la dinámica principal que obliga al capital a cambiar constantemente. El poder colectivo de los trabajadores dentro del proceso de producción tiene que ser socavado separando el proceso de trabajo en trozos más “manejables” o introduciendo nueva tecnología. Se contrata a trabajadores de nuevas regiones o procedencias para socavar las colectividades existentes. Estos cambios en la composición del capital modifican la composición de la clase obrera. De este modo, los camaradas derivaron los conceptos de “composición técnica de clase” y “composición política de clase” de la “composición orgánica del capital” de Marx.

El concepto de “composición técnica de clase” parte del hecho de que nunca nos encontramos ante una clase obrera abstracta homogénea. Los trabajadores están integrados en mayor o menor medida en el proceso de producción inmediato. Dentro del proceso de producción, los trabajadores cooperan más o menos directamente entre sí. En función de los sectores en los que trabajan o de su cualificación específica, su poder individual y/o colectivo difiere. La “composición técnica de clase” expresa la principal contradicción interna del capital: para aumentar la productividad social, el capital se ve obligado a permitir que los trabajadores cooperen lo más estrechamente posible, pero una estrecha cooperación de los trabajadores es dinamita en el vientre de la bestia. Los trabajadores utilizan su poder productivo y colectivo para cuestionar el poder y el dominio del capital. Se “recomponen” políticamente, encontrando nuevas formas de lucha en unas condiciones dadas; estas luchas se irradian dentro de la clase obrera en general y dan lugar a nuevas ideas políticas sobre la emancipación social. Los camaradas analizaron la relación entre las formas particulares de organización de la explotación y el modo en que las luchas obreras se unifican y desarrollan una visión social política como la relación entre la “composición técnica de clase” y la “composición política de clase”.

Su investigación fue más allá del proceso de producción contemporáneo y se adentró en la historia19. Pudieron distinguir, por ejemplo, cómo una “composición técnica de clase” basada en industrias integradas y trabajadores cualificados a principios del siglo XIX constituyó la base de una “composición política de clase” en forma del movimiento del consejo revolucionario: los trabajadores cualificados sabían que podían dirigir directamente industrias integradas, y las industrias solían estar situadas cerca de las zonas urbanas. Esta combinación fue la base de una forma de organización y una visión de la emancipación social “consejista”. Los camaradas vieron que, aparte de la brutal represión estatal, eran la producción en cadena y la migración laboral las que socavaban la “composición política” de los trabajadores cualificados. La composición técnica del “obrero de masas” de su propia época –en gran parte obreros “no cualificados” en las fábricas de bienes de consumo– desarrolló formas de lucha diferentes y una visión del “comunismo” que se caracterizaba más por el rechazo del trabajo a través de la “socialización del trabajo” (“todos trabajamos, todos trabajamos menos”) y una crítica del consumismo individual vacío que por la “autogestión” de la producción por parte de los obreros cualificados durante el movimiento de los consejos. O para decirlo con las palabras a menudo más pomposas del operaísmo, Battagia en este caso:

«El ámbito de análisis era el vínculo entre los cuerpos y los instrumentos de trabajo, entre las perspectivas y los comportamientos de los trabajadores y la forma de producción. Entre subjetividad y objetividad. Esto demostró que los comportamientos, las formas y las necesidades políticas expresadas por la lucha de clases están materialmente moldeadas por la relación objetiva entre el trabajo y el capital. Así, mientras el obrero profesional –frente a una subsunción meramente formal de su trabajo por el capital– luchaba por reapropiarse de los medios de producción y autogestionar la fábrica, el obrero de masas lucha directamente contra la materialidad del capital, su forma de ser técnica, expresando una subsunción ya real del trabajo. Según esta formulación, el proceso revolucionario está condicionado por la figura de clase que tiende a dominar en la organización capitalista del trabajo. La composición de clase técnica especifica aquella parte de la clase obrera en la que el capital basa su acumulación, mientras que la composición de clase política especifica las características materialmente determinadas del antagonismo de clase»20

Para estos camaradas, el concepto de composición de clase no era una herramienta sociológica, sino un arma estratégica. Mediante el análisis de los factores objetivos y subjetivos, intentaban anticipar qué sectores o áreas podrían revelarse como los nuevos “eslabones débiles” en el mando del capital y centros irradiantes que podrían ayudar a la unificación de la clase. La posición de una “vanguardia” no se definía tanto por la conciencia política suprema, sino por las condiciones objetivas de “centralidad” en las que se encontraban los trabajadores. Reconocer el papel central de “la fábrica” en el proceso de unificación de la clase no significaba ignorar el resto de la sociedad, sino intentar comprender los vínculos, por ejemplo, en la forma en que el trabajo femenino en la fábrica dio impulso a un movimiento independiente de mujeres de la clase obrera o la forma en que la fábrica reestructuró la esfera del trabajo doméstico. Una década más tarde, Battagia reflexiona sobre las luchas de 1969:

«En nuestro caso, una parte de la fuerza de trabajo homogeneizada materialmente por una relación particular con la tecnología capitalista (la cadena de montaje) y un comportamiento político consecuente: la reivindicación del salario como ingreso, el rechazo del trabajo y el sabotaje. Fue precisamente esta homogeneidad la que permitió a la clase obrera del Otoño Caliente convertirse en una “composición de clase”, impulsar el proceso revolucionario, imponer sus luchas a la sociedad y forzar una profunda revisión del aparato teórico tradicional de la lucha de clases. Todo ello fue posible gracias al poderoso vínculo entre un hecho objetivo (las condiciones materiales de explotación) y otro subjetivo (el comportamiento político). El obrero de masas era un sector de la clase que podía reconocerse con extrema precisión, que podía cuantificarse exactamente y a partir del cual podían identificarse con relativa inmediatez los objetivos políticos impulsores»21

La noción de “centralidad” es esencial para el concepto de composición de clase, pero eso no significa que los camaradas del operaismo no miraran y reconocieran la importancia de la relación entre centro y periferia, por ejemplo entre “la fábrica” y el contexto internacional. Uno de los textos principales es “Capital y clase obrera en Fiat: Un centro dentro del ciclo internacional” de Alquati en “Sulla FIAT e altri scritti“, escrito en 1967, un texto que nunca se ha traducido al inglés. Nos basamos en la traducción alemana22, pero pensamos que podría ser interesante resumir algunas de las nociones de Alquati sobre el “centro”. Se fijó en el sector metalúrgico y describe su posición central dentro del ciclo capitalista.

El sector metalúrgico es el único que produce tanto los medios de producción adecuados a la forma de producción capitalista, que es la maquinaria, como mercancías dedicadas al consumo. Esto significa que dentro del ciclo de producción y la cooperación del sector metalúrgico la combinación del trabajador colectivo tiene lugar a un nivel muy extendido.La división del trabajo tiene un grado de sofisticación que normalmente sólo encontramos a nivel de la división social del trabajo más amplia. Alquati quería decir que en el sector metalúrgico encontramos todo tipo de combinaciones de trabajo: intelectual (ingeniería y planificación), cualificado (técnicos, mecánicos), manual no cualificado (montaje, mantenimiento), de servicios (marketing), etc., a menudo en estrecha proximidad espacial, pero también extendiéndose a la sociedad, como los departamentos universitarios. Estas cosas son significativas si queremos saber cómo los trabajadores pueden no sólo “luchar contra el capital”, sino combinar sus diversos conocimientos y habilidades en una fuerza revolucionaria “creativa” que puede remodelar la forma en que vivimos.

El hecho de que el sector metalúrgico combine la producción tanto de medios de producción como de consumo y que algunas empresas intercambien ambos entre sí también significa que, históricamente, este “circuito cerrado” creó una dinámica específica que convirtió al sector metalúrgico en la fuerza motriz de la mecanización de la sociedad en general. La mecanización también supuso que las fábricas de empresas como FIAT se convirtieran en imanes para la migración del campo a la ciudad desde las “zonas atrasadas”, a través de la explotación de la mano de obra “campesina”. En países como Inglaterra, Francia y Alemania, esto ocurrió a escala internacional. La forma más compleja y extendida (internacionalmente) de cooperación la encontramos en el sector metalúrgico, que se convirtió en el sector con las mayores y más entrelazadas concentraciones de trabajadores. Alquati observó que la integración global de los mercados (FIAT exportó muy pronto camiones, tractores, excavadoras y vehículos militares, etc., al llamado Tercer Mundo y tuvo un gran impacto en los mercados locales) se veía ahora intensificada por la integración global de la producción (FIAT mantenía vínculos especialmente estrechos con los gobiernos y las administraciones de ingeniería del llamado Bloque del Este, para instalar fábricas allí). FIAT no sólo vendió mercancías al llamado Tercer Mundo, la empresa transfirió capital productivo/destructivo en forma de motores de barco, turbinas de gas, piezas de aviones de combate y maquinaria de fabricación.

El sector metalúrgico en general y el automovilístico en particular subsumen otros “sectores de transformación de materias primas”, como el caucho, el vidrio, los plásticos, el petróleo, dominando economías nacionales enteras en el Sur global y conectando la mano de obra industrial con la minera y la de las plantaciones. Se trata de “materias primas estratégicas” y las relaciones comerciales y de producción tienen inmediatamente una dimensión política en forma de acuerdos comerciales entre Estados, pero también determinan las políticas de los departamentos de desarrollo e incluso las estrategias militares. Alquati instó a analizar la “relación entre mano de obra simple y compleja a escala internacional, teniendo en cuenta las diferentes facetas de la tecnología y la productividad. Esto, a su vez, tendría que relacionarse con los costes de reproducción en las distintas regiones”.

El texto entra en mucha más profundidad y detalle, pero podemos leerlo como una llamada a ver la dimensión social e internacional de empresas como FIAT como un plan de batalla a través del cual la clase obrera puede volver a unificar sus luchas políticas internacionalmente. El texto fue escrito antes de las grandes huelgas en FIAT en 1969 y anticipó su significado social.

Aún así, el texto de Alquati puede tomarse como una prueba más de que los camaradas del operaísmo creían en gran medida que la clase obrera puede superar las divisiones establecidas por el desarrollo desigual y el sistema estatal gracias al hecho de que la cooperación ampliada dentro del proceso de producción social puede servir como líneas de comunicación y vetas para las luchas obreras. Esto parece comprensible en una situación histórica como la Italia de posguerra, en la que la integración entre industria, sociedad y Estado(-planificación) era excepcionalmente densa. No conocemos muchos textos de esa época que analicen la situación global más amplia y su desigual desarrollo desde la perspectiva de la “composición de clase”. Esto también se deberá al hecho de que el principal marco de la izquierda radical italiana para pensar y debatir las “relaciones internacionales” era el texto de Lenin sobre el “Imperialismo”23, mientras que la izquierda trotskista tenía una influencia mínima en Italia. Esta dependencia y excesiva confianza en el concepto de Lenin es revisada críticamente por Ferrari Bravo, un camarada del operaísmo, en 1975. El texto ha sido traducido recientemente por camaradas de la revista Viewpoint Mag. Su introducción arroja luz sobre los antecedentes del texto de Bravo:

«Antes de este ensayo, Ferrari Bravo se había distinguido dentro del operaísmo por llevar su perspectiva política a los márgenes –no sólo a los barrios periféricos del triángulo industrial del norte de Italia donde vivían los emigrantes del sur de Italia, sino a las dinámicas cambiantes dentro del propio Sur. En “Forma dello stato e sottosviluppo” (“Forma del Estado y subdesarrollo”), Ferrari Bravo analizó la industrialización parcial del Sur a través de la Cassa per il Mezzogiorno (“Caja para el Sur”) del Estado como respuesta política a la creciente movilidad de la fuerza de trabajo. Este “plan” de reformas estaba diseñado para integrar los ciclos de lucha de los trabajadores en el ciclo productivo del capital. En “Viejas y nuevas cuestiones en la teoría del imperialismo”, Ferrari Bravo elabora esta investigación dentro del marco ampliado del mercado mundial, cosechando lo que considera útil de Marx, Lenin y teóricos posteriores para desarrollar un análisis riguroso de su coyuntura actual. (…) En lugar de minar los registros escritos de la intervención de Lenin en 1917 en busca de conceptos científicos –Ferrari Bravo sugiere abandonar las categorías “aristocracia obrera” y “parasitismo” a la crítica roedora de los ratones–, en su lugar busca en Marx una metodología y un marco dentro de los cuales plantear de nuevo esta cuestión política»24

Bravo comienza resumiendo brevemente la principal cadena de pensamiento del “Antiimperialismo” de Lenin: la monopolización de las industrias clave en el norte global; la reducción de la capacidad de los mercados nacionales para absorber la producción; la huida acelerada hacia las finanzas; la exportación de capital al sur y a las colonias donde ahora tiene lugar la principal explotación, en particular en el procesamiento de materias primas; la transferencia de valor global financia la paz social en el norte, y con la ayuda de los sindicatos los trabajadores locales se vuelven cada vez más “aristocráticos”. Escribe:

«Capital financiero como hegemonía de una oligarquía bancaria, de una clase orientada a la especulación y a la renta; exportación de capital como engrosamiento de capas sociales (incluso obreras) que viven de recortar cupones; imperialismo como sistema contradictorio de dominación mundial por parte de un puñado de Estados rentistas: esta serie de definiciones precisa el eje teórico y político del esbozo popular»25

Luego critica el supuesto de Lenin:

«Aquí, una interpretación estancacionista rígida impide ver, detrás de la tasa de ganancia decreciente, el aumento de la masa de ganancia; detrás de la centralización financiera, la ampliación y la transformación real de la base industrial que resultan de la gran ola de industrialización “pesada”, que surge entre 1800 y 1900 en Europa y Estados Unidos, y de la cual la partición colonial es evidentemente un momento integrante. Y, por otra parte, a la inversa, la exportación de capital al mundo colonial está muy lejos de tener el papel que Lenin le atribuye, de propulsar el desarrollo capitalista hacia la periferia –este reconocimiento se convertirá en uno de los temas centrales de la literatura posterior sobre el imperialismo, curiosamente incluso para aquellos que se mantienen firmes en la interpretación leninista en su conjunto»26

Bravo dice básicamente que la idea de Lenin de que la producción simplemente se desplaza al sur es demasiado simplista y que tenemos que entender el proceso como una expansión y especificación más complejas de las industrias a escala global. Bravo continúa señalando que la (errónea) comprensión de Lenin del imperialismo como algo meramente “parasitario” y no como un proceso conflictivo dentro del sistema estatal para reestructurar el proceso global de producción y explotación da lugar a la simplificación de Lenin sobre cómo la clase obrera global emergente se divide en “aristocracia obrera” en el centro y trabajadores “superexplotados” en la periferia. Aunque no menciona explícitamente ambos conceptos, podemos leer una aproximación al “desarrollo desigual y combinado” y a la “composición de clase” en los siguientes párrafos:

«El “estrato de obreros convertidos en burgueses, o la ‘aristocracia obrera’, que son bastante filisteos en su modo de vida, en la magnitud de sus ganancias y en toda su perspectiva” [Lenin] es el extraño fruto del vasto proceso de concentración de la producción, del aumento de la escala de acumulación que también subyace y alimenta continuamente la transformación imperialista del sistema; y es la contrapartida extraordinaria del modelo leninista –sobre el que apuesta toda su “carrera” política– de la dirección [direzione] del obrero masificado sobre todo el proceso revolucionario en el subcontinente ruso, en todo caso, de su aferramiento a los obreros en la fábrica, a su organización compacta impuesta por el propio mecanismo de la organización capitalista del trabajo. (…) Hay que señalar que detrás de esto subyace un desajuste material [sfasamento] en los niveles de desarrollo capitalista global que no llega a plantearse como un problema teórico explícito. (…) Tal vez sea conceder demasiada astucia a la historia y a la propia intuición política de Lenin proyectar su juicio despectivo de las “aristocracias”, tachadas de mero fenómeno del oportunismo sindical, sobre estos resultados. Pero el hecho es que, en el terreno teórico, en el Imperialismo este concepto desempeña el papel de proyectar falsamente sobre el capital lo que son claramente contradicciones, límites y retrasos de la organización de la clase dentro de las áreas “avanzadas” del desarrollo –y, en consecuencia, de reducir fenómenos potenciales pero reales de “integración” al nivel de un mecanismo meramente ideológico. Pero, incluso antes de eso, el concepto también “elimina” contradicciones y límites en la teoría marxista contemporánea [para Lenin] del desarrollo. La tensión –que es esencial en Lenin, que es Lenin– dentro de un eje teórico general orientado en la dirección de una anarquía insuperable del capital, entre el proyecto del partido como proyecto de planificación [progetto di piano] y las posibilidades dadas del desarrollo capitalista en esa fase, llega al límite de su vitalidad. Ahí toda la tradición “colapsista” [crollista] se renueva, por primera y última vez, en el sentido revolucionario -la guerra misma es, de hecho, política de Zusammenbruch en acción»27

[añadir situación actual]*

Un montón de frases densas, que se reducen a unas pocas posiciones básicas. En primer lugar, que el “desarrollo desigual” y su impacto divisivo no se ha analizado suficientemente desde la perspectiva de la clase obrera y que el concepto de “aristocracia obrera”, que Lenin utiliza para describir estas divisiones, depende demasiado de las “capacidades ideológicas” de un capital parasitario para integrar a ciertos segmentos de la clase global. Al hacerlo, socava el potencial de desarrollo en el sur y pasa por alto las complejidades de la clase obrera en el norte. En su lugar, tendríamos que ver esto como un proceso contradictorio de “composición de clase”. Para ser sinceros, sigue siendo bastante abstracto. Pero hemos encontrado otra pequeña pista en este texto que nos ayuda a pensar en la relación entre el “desarrollo desigual” desde una perspectiva de “composición de clase”:

«Esta estructura del comercio internacional, por lo tanto, recompensa al capital que ya ha alcanzado –que ya se ha visto obligado a alcanzar– la fase de explotación en términos de plusvalía relativa, y simultáneamente perfila una división internacional del trabajo que fomenta, en sus bordes, las tensiones más exacerbadas del método de extracción de la plusvalía absoluta. Y así, ¡cuán lejos estamos, incluso en el reparto de los presupuestos, del marco idílico de especialización internacional ofrecido por la teoría de los costes comparativos!»28

Recordemos los orígenes conceptuales de la “composición de clase”. Las presiones externas e internas, principalmente la lucha de los trabajadores por salarios más altos y contra la imposición del trabajo impulsan al capital hacia el desarrollo. El “desarrollo” se expresa en un aumento de la “composición orgánica”, es decir, principalmente, en el aumento de la productividad mediante la inversión en maquinaria. Marx llama a esta intensificación de la explotación el aumento de la producción de “plusvalía relativa”. Pero este proceso no es unidireccional. Una “composición orgánica” creciente del capital se traduce en una tasa de ganancia más baja, lo que significa que, en un movimiento contrario, el capital tiende a invertirse en áreas o sectores con una “composición orgánica más baja”, donde la explotación aumenta a través de la “plusvalía absoluta”, es decir, principalmente a través de jornadas de trabajo más largas. Aquí podemos ver que el “desarrollo desigual” –sectores que utilizan las tecnologías más recientes junto a fábricas de explotación de mano de obra intensiva– no son un signo de “atraso” o de retraso, sino que en realidad expresan un resultado del “desarrollo capitalista”.

Antes de examinar ambos conceptos conjuntamente, queremos señalar brevemente que una vez sacado del contexto del momento revolucionario en el que nació y superpuesto a la historia, el concepto de “composición de clase” experimentó un destino similar al de “desarrollo combinado”. La primera fase de la degeneración conceptual fue inaugurada por los propios límites de las luchas de clases a finales de los años sesenta. El levantamiento de 1968 tocó todas las esferas de la vida de la clase obrera, desde los departamentos de soldadura hasta el dormitorio, pero dada la naturaleza compleja y dispersa de la producción social, el movimiento no desarrolló una visión clara de cómo podría ser una toma de los medios de producción. El defecto de los camaradas que desarrollaron el concepto de composición de clase fue que acabaron o bien teorizándolo como una fortaleza del movimiento, por ejemplo glorificando la actitud “contra el trabajo” de las luchas, o bien intentando crear un atajo conceptual. Atajo que significa que la “composición de clase” se convirtió en un eslogan de vanguardismo político y aventurerismo: “la ‘composición técnica’ (la constitución material del proceso de producción social) no permite que la clase se recomponga, así que tenemos que recomponer la clase desde arriba dirigiendo un ataque (armado) al corazón del Estado”.

Uno de los más conocidos y escasos intentos de comprender la “composición de clase” tras la caída del movimiento obrero de masas fue el texto de Sergio Bologna “La tribu de los topos“, escrito en 197729. En él intenta “descubrir la nueva composición de clase” de la rebelión urbana de 1977, compuesta por jóvenes desempleados, grupos de mujeres, estudiantes y trabajadores de pequeñas fábricas. Su texto es un modelo de “análisis materialista” de un movimiento por lo demás difuso. Así, examina el nuevo “sistema de partidos” de la crisis, vinculado políticamente a instituciones internacionales como el FMI y económicamente al crecimiento masivo del sector inmobiliario suburbano. Critica a la izquierda por centrarse en el Estado como “políticamente autónomo”, mientras ignora el hecho de que el Estado erosiona lentamente la autonomía de los trabajadores en las fábricas. Traza la conexión entre los cambios dentro de la universidad, las nuevas luchas de los trabajadores “precarios de cuello blanco” y la política de la “subjetividad” como el movimiento feminista, pero termina con un llamamiento a ver la “nueva composición de clase” en términos más amplios: “pero una vez más debemos ir más allá de la Universidad, tanto como base del movimiento como punto de agregación, para identificar los canales que pueden provocar una movilización de toda la masa de trabajo diseminada”.

La mayoría de los camaradas ignoraron este llamamiento a retomar el análisis materialista y se retiraron o aceleraron el “ataque político y armado”. Esta fue la fase inmediata de degeneración y desesperación. A partir de entonces, el concepto de “composición de clase” fue prácticamente despojado de su cohesión interna y de su contenido político, a saber, la concentración y la cooperación de los trabajadores, que predeterminan la autoorganización de la clase a partir de su núcleo central. Al igual que el “desarrollo desigual”, el concepto se convirtió en una pantalla de proyección sociológica, que se limitaba a describir los diferentes orígenes de los trabajadores o la estructura de determinados sectores sin examinar la cuestión más amplia de la unificación política. En el caso de gente como Negri, este elemento “sociológico” del concepto sólo sirvió como una endeble capa empírica sobre la que construir ideas políticas cada vez más de moda, en forma de “trabajador social”, “trabajador inmaterial”, “multitud”, etcétera.

Todavía hay mucho que aprender del trabajo teórico y práctico de los camaradas de entonces, pero los tiempos han cambiado. Mientras que para los trabajadores del norte de Italia podía suponer un reto cultural tratar con los recién llegados del sur, hoy en día la migración es un fenómeno mucho más global. Mientras que los trabajadores de las cadenas de montaje y los técnicos podían haber ido juntos a las mismas escuelas, hoy vemos una división global del trabajo intelectual y manual que está separada por espacios geográficos más amplios. Tenemos programadores de software en Silicon Valley y Bangalore empleados en fábricas de automóviles y almacenes de Amazon en Alabama y plantas de Foxconn en China. El “sector del metal”, que combina el complejo trabajo tanto de la ingeniería mecánica como de bienes de consumo duraderos como el automóvil, ha perdido centralidad social, pero no ha sido sustituido por un sector con iguales cualidades. Estas diferencias son evidentes.

“Desarrollo desigual” y “composición de clase” – dos conceptos históricos

¿Cómo empezar a trazar un marco conceptual para analizar estas complejidades actuales? Podríamos proceder examinando cuatro cuestiones principales para evaluar la validez de estos dos conceptos:

1. ¿Hasta qué punto se definen los dos conceptos por su periodo histórico y su ubicación? ¿Hasta qué punto describen principalmente etapas diferentes en el desarrollo general del sistema capitalista?

2. ¿Qué perspectiva comparten ambos conceptos? ¿Dónde describen el proceso de unificación de la clase obrera, aunque desde perspectivas diferentes, que a su vez no son reducibles a las diferencias del período histórico en el que surgieron los conceptos?

3. ¿Cuáles son los desacuerdos políticos entre los dos conceptos, más allá de la cuestión de la diferencia de perspectiva histórica?

4. ¿Cuáles son los elementos complementarios de los conceptos que aún podrían ayudarnos a reflexionar sobre la actual jungla empírica que es la clase obrera mundial?

El concepto de “desarrollo desigual” se originó en una situación general en la que muchos Estados nación seguían definidos por regímenes aristocráticos o coloniales, pero, sobre todo, por niveles relativamente bajos de interconexión e intercambio industrial. En estas condiciones, la “combinación”, la introducción de métodos modernos de explotación de la mano de obra masiva en un régimen por lo demás relativamente atrasado, tuvo un efecto más explosivo. Cuatro décadas más tarde, en Europa occidental, el sistema estatal y la estructura industrial se habían integrado mucho más. Vimos departamentos estatales (internacionales) surgidos del Plan Marshall y del Acuerdo de Breton Woods, que se dedicaban a equilibrar monetariamente los aumentos de productividad y la presión salarial o a elaborar planes regionales de inversión industrial. En lugar de tener unas pocas “islas de desarrollo”, como las zonas industriales de San Petersburgo, el trabajo fabril había penetrado mucho más profundamente en el tejido social y formaba agrupaciones integradas. Estas diferentes etapas de desarrollo explican en parte por qué el “desarrollo desigual” se centra más en la relación entre las clases trabajadoras dentro del Estado nación y la “composición de clase” más en la constitución antagónica de la clase trabajadora dentro del proceso internacional de producción y explotación. De este modo podemos ver que los conceptos son claramente productos de su tiempo.

Pero esta diferencia de perspectivas también refleja diferentes puntos de vista políticos. A diferencia de Marx, Lenin y Trotsky nunca entendieron ni apreciaron realmente la naturaleza política del proceso de producción y, por tanto, la base material para la autoorganización de los trabajadores. Para ellos, la “naturaleza revolucionaria” del trabajo en la fábrica consistía principalmente en la “fuerza disciplinadora del proceso de trabajo” y en la mera cantidad de trabajadores reunidos bajo un mismo techo. No les interesaba tanto cómo se organizaba concretamente la clase obrera, sino cómo se podían maniobrar las luchas obreras en el mapa global de la guerra de clases.

Al mismo tiempo, el concepto de “desarrollo desigual” apunta a deficiencias en el análisis de los camaradas del operaísmo para prever un proceso revolucionario internacional más allá de las “difusión de huelgas” y las reivindicaciones salariales dentro de una industria integrada. El concepto de ‘desarrollo desigual y combinado’ nos dice más sobre las diferentes formas en que un ‘programa político comunista’ se articularía en diferentes regiones, dependiendo de sus diferentes niveles de desarrollo –y el desafío de encontrar formas de unificación. Algunos dicen que “el operaísmo nunca resolvió la cuestión organizativa”. Una explicación parcial del hecho de que los camaradas nunca desarrollaran modelos de “poder asociativo” se debe a que se centraron demasiado en los fuertes vínculos orgánicos dentro del proceso de producción inmediato como principales arterias de la organización obrera. Este enfoque único condujo a una falta de estructuras organizativas conscientes que pudieran salvar las distancias entre la industria y la periferia de la clase. Por tanto, no es sorprendente que, cuando se enfrentaron a una situación global compleja con vínculos industriales desiguales, muchos camaradas del operaísmo recurrieran a un antiimperialismo simplista (al estilo del “Frente Unido de Detroit y el Vietcong”).

Lo que ambos conceptos tienen en común es que basan sus propuestas políticas para la clase obrera en estrategias que invierten el desarrollo del capital en organización y poder de la clase obrera. Los conceptos se basan en “centros” y “desarrollo”. Esto plantea límites materiales para su cruda aplicación en la situación actual, que no se caracteriza por claros “sectores centrales” o rápidos desarrollos industriales en zonas por lo demás atrasadas. ¿Significa eso que tenemos que descartar estos conceptos y, como hacen muchos camaradas, retratar la estructura actual de la clase obrera mundial como un desorden empírico de atomización sin distinción? Puede sonar ecléctico, pero creemos que hay ciertos elementos de estos conceptos que podrían ponerse a prueba aplicándolos para analizar los movimientos de clase contemporáneos que tienen lugar en diferentes condiciones de desarrollo regional. Así, por ejemplo, podríamos emprender un análisis comparativo de los movimientos de protesta actuales en Francia, Chile, Sudán y China, como proponíamos en la introducción. Citando a Mike Davis, cuyo análisis puede resultar a menudo demasiado crudo y apocalíptico, pero que sigue siendo un paso adelante en el debate:

«A un alto nivel de abstracción, el actual periodo de globalización se define por una trilogía de economías ideales-típicas: superindustrial (Asia Oriental costera), financiera/terciaria (Atlántico Norte) e hiperurbanizadora/extractiva (África Occidental). El “crecimiento sin empleo” es incipiente en la primera, crónico en la segunda y absoluto en la tercera. Podríamos añadir un cuarto tipo ideal de sociedad en desintegración cuya tendencia principal es la exportación de refugiados y mano de obra migrante. El marxismo contemporáneo debe ser capaz de otear el futuro desde las perspectivas simultáneas de Shenzhen, Los Ángeles y Lagos si quiere resolver el rompecabezas de cómo las categorías sociales heterodoxas pueden encajar en una única resistencia al capitalismo»30

La “composición de clase” puede decirnos algo sobre las estructuras organizativas (potencialmente) ya existentes de la clase local y sobre la necesidad de “poder asociativo” para salvar las brechas en el tejido social productivo. El “desarrollo desigual” puede decirnos algo más sobre cómo, por ejemplo, las reivindicaciones salariales de las huelgas salvajes en China y las protestas contra un régimen corrupto y las subidas de los precios del combustible en Sudán, donde China posee activos mayoritarios en la industria petrolera, podrían “combinarse” en algo más que la simple suma de sus partes. Desgraciadamente, son pocos los esfuerzos actuales por analizar la clase obrera mundial más allá de la descripción empírica. Los marcos de Beverly Silver de las “fijaciones tecnológicas, de producto, espaciales y financieras” y “poder de negociación y asociativo en el lugar de trabajo” son muletas útiles, pero siguen siendo demasiado descriptivos y se centran en los “cambios en los centros de desarrollo” más que en la cuestión de cómo podrían combinarse las luchas en condiciones de desarrollo y subdesarrollo:

«Nuestro análisis de la globalización de la producción en masa en la industria mundial del automóvil en el capítulo 2 concluyó que la deslocalización geográfica de la producción no ha creado una simple carrera hacia abajo. Más bien, encontramos un patrón recurrente en el que la deslocalización geográfica de la producción tendía a crear y fortalecer nuevas clases trabajadoras en cada nuevo lugar favorecido de inversión. Aunque el capital multinacional se sintió atraído por la promesa de mano de obra barata y controlable, las transformaciones provocadas por la expansión de la industria también transformaron el equilibrio de las fuerzas de clase. Los fuertes movimientos obreros que surgieron consiguieron aumentar los salarios, mejorar las condiciones de trabajo y reforzar los derechos de los trabajadores. Además, a menudo desempeñaron un papel destacado en los movimientos democráticos, introduciendo en la agenda transformaciones sociales que iban mucho más allá de las previstas por las élites prodemocráticas»31

En nuestra búsqueda por comprender a la clase obrera mundial no podemos confiar en las definiciones dominantes de desarrollo y subdesarrollo. Aquí ambos conceptos pueden ayudarnos a desarrollar una comprensión del “desarrollo” desde el punto de vista del poder de clase y el potencial para el comunismo. El crecimiento del PIB o la disminución de la renta per cápita no nos dice mucho sobre el tipo de retos a los que se enfrentaría la región en una situación de agitación y levantamiento mundial. No podemos decir cómo la contradicción de la productividad social y la colectividad, por un lado, y el empobrecimiento y la atomización, por otro, se traducirían en movimientos de clase regionales específicos. Aquí tenemos que crear nuestra propia comprensión del desarrollo. En primer lugar, tendríamos que determinar hasta qué punto está cohesionado el proceso de producción social dentro de una región; por ejemplo, ¿qué proporción de pobres son trabajadores asalariados, trabajadores en centros de trabajo más grandes, trabajadores en industrias integradas? Tenemos que ver hasta qué punto está integrada una región en la economía mundial, no sólo a través del comercio, sino, lo que es más importante, formando parte de una división mundial del trabajo o del intercambio a través de la migración laboral. Conscientemente o no, cualquier movimiento regional de clases está limitado por el grado de dependencia de la región de las importaciones de bienes esenciales, como alimentos, energía, materias primas. Si la economía de la región depende en gran medida de los productos mineros, lo más probable es que el Estado pueda pacificar a los trabajadores del sector minero mediante concesiones materiales. Si la región depende en gran medida de la importación de alimentos o combustibles y no tiene una base industrial fuerte, el movimiento de clase aislado regionalmente se limitará con toda probabilidad a exigir al Estado una redistribución y una política de precios más justas. Otro indicador del desarrollo que repercutiría en cualquier movimiento de clase regional es la posición de la región a la hora de acceder a los “medios de producción para producir los medios de producción”. En otras palabras, si existe una industria local de fabricación de maquinaria o electrónica, y en qué medida la región produce o depende del conocimiento productivo global. Una región en la que una parte sustancial de la clase trabajadora esté en contacto con estas industrias tendrá más posibilidades de ir más allá de las demandas de redistribución y desarrollar visiones para una transformación social real. Por último, está la cuestión de cómo se media políticamente el estatus desarrollado o subdesarrollado de la región, por ejemplo, si el subdesarrollo se ve como resultado de la corrupción local o de gobernantes autocráticos. Y lo que es más importante, hay que ver hasta qué punto está desarrollada la experiencia de las luchas dentro de la clase obrera regional.

El reto consiste en no rehuir la complejidad de la situación, en la que partes de la clase mundial se enfrentan a economías de guerra de Estados fallidos, otras dependen de las materias primas (minería, plantaciones, petróleo) y la consiguiente volatilidad de sus precios, otras al estrés de ser el banco de trabajo mundial de los productos manufacturados, otras a la austeridad de la desindustrialización. Casi ninguna de estas situaciones está claramente delimitada por fronteras nacionales. Diferentes niveles de desarrollo dividen las naciones y las fronteras nacionales, de modo que la frontera entre Estados Unidos y México, por ejemplo, corta zonas industriales enteras por la mitad. Para poder debatir e imaginar cómo los movimientos de clase pueden superar las barreras impuestas por el desarrollo desigual tenemos que encontrar ciertas categorías o tipos regionales. Esto parecía más fácil cuando las dos categorías principales eran las regiones agrarias coloniales o despóticas por un lado y las regiones industrializadas democráticas por otro. Hoy en día, la cuestión del campesinado o la lucha por la democracia parlamentaria han quedado en gran medida relegadas a un segundo plano y han sido sustituidas por complejas diferencias regionales en el desarrollo de los medios y fuerzas de producción. Por ejemplo, podríamos distinguir entre regiones dominadas por:

  • un trabajo combinado industrialmente bajo condiciones políticas de un estado democrático/acceso al bienestar nacional;

  • una situación en la que la lucha obrera y la lucha “por la democracia” están aún más entrelazadas;

  • “economías de extracción”, con una pequeña proporción de (otra) mano de obra industrial y formas políticas más coercitivas en las que la redistribución estatal es fundamental;

  • semiproletarización (hogares que dependen a medias de los salarios y de la producción de subsistencia), crisis del campesinado y fuerte migración interna;

  • mayor nivel de desempleo urbano, relaciones laborales informales, economía mafiosa y formas violentas de mediación política;

  • regiones dominadas por la economía de guerra, las disputas militares (nacionales, religiosas) y/o los “Estados fallidos”.

El siguiente paso consistiría en comprender cómo se corresponden las luchas de las distintas categorías regionales, como en las regiones devastadas por la guerra y las dominadas por las industrias extractivas, y cómo podrían influirse mutuamente. En cada una de estas “regiones”, el papel de los trabajadores de los centros industriales, los pobres urbanos y rurales, los estudiantes y otros segmentos de la clase, y la relación entre ellos, serán diferentes. Las luchas en cada región se relacionarán de forma diferente con la cuestión de la riqueza capitalista y su distribución o con la cuestión del poder estatal. Tendríamos que analizar las actuales olas de protesta globales, desde Sudán hasta Chile, sobre el trasfondo de esta categorización.

Un análisis desde el punto de vista de las diferentes etapas de desarrollo, en lugar de desde el punto de vista de los Estados nación o del “norte frente al sur”, nos permitirá, con un poco de suerte, comprender cosas como el alcance real de la atracción que ejercen las luchas obreras en los nuevos centros industriales (delta del río Perla, etc.), tanto a escala regional como mundial, y hasta qué punto sus experiencias tendrán que estar mediadas políticamente por la organización de clase para llegar a los segmentos más marginados. Para ello tendríamos que situar las regiones dentro de la dinámica global del capital. Tenemos que ver qué vínculos materiales existen entre las regiones, vínculos que faciliten la comunicación y la coordinación de las luchas. ¿Qué queremos decir con esto, cuáles son estos vínculos? El desarrollo global de la crisis económica es desigual y el impacto varía en su forma, pero establece un contexto global para todas las luchas. Convertirse en trabajadores asalariados al ser expulsados o perder los medios de subsistencia es un fenómeno global, que crea una experiencia social similar para los campesinos de la India o Bolivia. Esto crea una condición común, pero esto en sí no crea vínculos materiales como tales. Las experiencias de la mano de obra migrante socavan la existencia regional y nacional del movimiento obrero y conectan a los trabajadores, pero no sin reforzar los “sentimientos nacionales/proteccionistas” entre las clases trabajadoras locales. Las cadenas mundiales de suministro conectan los distintos lugares de trabajo y regiones, pero existe un límite en cuanto a la medida en que la “cooperación productiva” puede experimentarse realmente en términos de creación de vínculos directos entre los trabajadores, si, por ejemplo, hay todo un océano entre ellos. Los propios movimientos de clase crean sus propias formas de comunicación global, aunque a menudo esto es bastante aleatorio, como los manifestantes que utilizan en todas partes estas máscaras de Guy Fawkes.

Para que estas diversas condiciones sean más discutibles para el desarrollo de algún tipo de estrategia global, quizás tengamos que ser más esquemáticos. Décadas de neoliberalismo han llevado al pensamiento posmoderno dentro de la intelectualidad de izquierdas, que sólo puede centrarse en la diferencia. Quizá haya llegado el momento de tener agallas y cerebro para un pensamiento universal y estratégico.

Tendríamos que categorizar seis o siete “condiciones de la clase obrera”/etapas de desarrollo principales bajo las que existe actualmente la clase obrera y analizar qué tipo específico de poder material y limitaciones políticas desarrollan las luchas bajo estas condiciones respectivas. Tenemos que ver cómo estas regiones están atravesadas por la espina dorsal material que conecta a los trabajadores más allá de las fronteras regionales, como por ejemplo a través del proceso de las industrias globales y la migración. Por último, tenemos que contrastar nuestro vocabulario teórico con las luchas reales que están teniendo lugar en las diferentes regiones y tener la mente lo suficientemente abierta como para ver cómo desafían nuestras abstracciones. El objetivo no es encontrar la “palanca revolucionaria” mágica o la nueva “figura obrera” mesiánica, sino encontrar vías potenciales de luchas en curso para unirnos y fortalecernos mutuamente por encima de las barreras impuestas por el sistema. Basándonos en esto, podemos imaginar lo que sería hoy un “Manifiesto Comunista”, no en términos de una lista de reivindicaciones o decretos, sino de medidas transitorias concretas que cualquier levantamiento tendría que emprender para superar su aislamiento.

Todo esto es un enorme esfuerzo teórico y empírico, que sólo puede ser emprendido por un debate organizado de camaradas de todo el mundo –lo que nos lleva a la cuestión de la organización…


1 Sólo hay unos pocos artículos que intentan analizar las revueltas actuales dentro del panorama más amplio de una clase obrera mundial emergente: “Las revueltas de 2019 reflejan el crecimiento y la vitalidad de la clase trabajadora mundial. Alrededor de 1.800 millones de personas realizan actualmente un trabajo asalariado, lo que supone un aumento de 600 millones desde el año 2000. La clase trabajadora no solo es inmensa, sino que también está más concentrada en pueblos y ciudades que nunca. Desde el año 2000, la proporción de la población mundial que vive en zonas urbanas ha pasado del 47% al 56%, es decir, 1.400 millones de personas más que hace dos décadas. La combinación de urbanización y proletarización se refleja en muchos de los países del actual ciclo de revueltas. La mano de obra urbana de Chile pasó de 3,7 millones en 1990 a 7,3 millones el año pasado, la de Ecuador de 3,3 millones en 2000 a 5,1 millones en 2018.3 Más adelante volveré sobre la naturaleza de las nuevas fuerzas de clase creadas por el capitalismo y su implicación en la revuelta.” http://isj.org.uk/a-new-cycle-of-revolt/?fbclid=IwAR3m14OKceuScR9IPkHrQYtRhjbqKEkBoMI9jxsv7hFJJwQknuNStnc6nRA#footnote-10080-3

2 Muchos textos se quedan en la superficie de las formas y exigencias inmediatas de los movimientos y luego se ven obligados a compensar la profundidad mediante el lenguaje poético: https://communemag.com/the-year-in-struggles/

4 Sigue siendo uno de los textos más avanzados tanto en su orientación política como empírica: https://libcom.org/library/global-working-class-wildcat-germany

5 Aunque insistimos en la necesidad de este tipo de debate teórico, en los últimos seis años nos hemos centrado en poner en práctica las “consideraciones estratégicas”, participando en una investigación obrera y en un trabajo organizativo concreto en el oeste de Londres. Le animamos a leer y debatir el libro. https://pmpress.org.uk/product/class-power-on-zero-hours/ [Nota del traductor: el libro puede obtenerse en PDF en https://libcom.org/article/class-power-zero-hours-angry-workers ]

6 La importancia de los trabajadores industriales en la lucha contra el apartheid en Sudáfrica o contra los regímenes despóticos en Polonia o Corea del Sur en la década de 1980 pone de manifiesto que se trata de un esquema bastante romo.

8 Trotsky citado en: ‘Prophets Unarmed – Chinese Trotskyists in Revolution, War, Jail, and the Return from Limbo’ (editor: Gregor Benton)

10 Trotsky citado en: ‘Uneven and Combined Development: Modernity, Modernism, Revolution’, by Neil Davidson https://core.ac.uk/download/pdf/84340602.pdf

11 Trotsky citado en: ‘Witness to permanent revolution – The documentary record’ (editor: Day/Gaido)

13Uneven and Combined Development: Modernity, Modernism, Revolution’, por Neil Davidson

14 Ibid.

16Uneven and Combined Development: Modernity, Modernism, Revolution’, por Neil Davidson

17Uneven and Combined Development: Modernity, Modernism, Revolution’, por Neil Davidson

18 Los críticos del operaísmo tienden a centrarse en las pocas “cabezas intelectuales” e ignoran o desconocen las diversas iniciativas de la clase obrera y los intelectuales obreros que surgieron de la era de la autonomía obrera. El texto más reciente que se basa en tal omisión fue escrito por el antiguo camarada David Broder, que necesita la tergiversación del operaísmo para hacer que el PCI y su política de contención de la actividad de la clase obrera parezcan la única alternativa en la ciudad: https://catalyst-journal.com/vol3/no4/the-autumn-and-fall-of-italian-workerism Para una buena documentación del ala obrera del operaísmo: https://libcom.org/article/porto-marghera-last-firebrands

20 Mass worker and social worker: reflections on the “new class composition” (1981), por Alberto Battaggia, Felice Campanile https://notesfrombelow.org/article/mass-worker-and-social-worker

21 Ibid.

23 Lenin, El imperialismo, fase superior del capitalismo https://www.marxists.org/archive/lenin/works/1916/imp-hsc/

24 Ferrari Bravo, Old and new questions in the theory of imperialism https://www.viewpointmag.com/2018/02/01/old-new-questions-theory-imperialism-1975/

25 Ibid.

26 Ibid.

27 Ibid.

28 Ibid.

31 Beverly Silver, Forces of Labor

* Nota del traductor: este texto en corchetes aparece tal cual en el texto original