La necesidad de un programa revolucionario de la clase obrera en tiempos de escenarios golpistas y de guerra civil — Angry Workers

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Los ataques físicos y armados contra las protestas tras el asesinato de George Floyd, tanto por parte de grupos de derechas como de las fuerzas estatales en EEUU, hacen que sea esencial discutir concretamente lo que entendemos por cambio revolucionario y por el programa comunista. Esto se hace aún más urgente dadas las crecientes tensiones de clase generadas por las elecciones presidenciales. Independientemente del resultado de las elecciones, es casi seguro que habrá un aumento de los ataques físicos violentos contra sectores de la clase obrera. Hay que hacer todo lo posible para defender a la gente de estos ataques. Hay que buscar la máxima unidad posible de la clase obrera frente a las milicias de derechas y las fuerzas del Estado. Pero la idea, sostenida por algunos, de que esta creciente “guerra” en las calles puede conducir de alguna manera a un cambio revolucionario es una fantasía peligrosa.

Sólo hace falta echar un vistazo a la historia reciente de Siria para comprender lo peligrosa que es esta perspectiva. Hubo una movilización masiva de la clase trabajadora contra la corrupción de la élite, contra la falta de democracia, contra la pobreza y el desempleo. Sin embargo, cuando esas protestas fueron atacadas a mano armada por los matones del Estado, el movimiento de protesta no estaba preparado, ni organizativa ni políticamente, para controlar la respuesta armada. Quienes sí estaban preparados para explotar los tiroteos eran los gánsteres, los grupos sectarios, los Estados extranjeros y, sobre todo, el propio Estado sirio. En estas circunstancias se cerraron todas las vías para que la clase obrera prosiguiera sus propios debates, sus propias iniciativas. El hombre de el arma ahora gobernaba y el arma no estaba en manos del movimiento de la clase obrera precisamente porque todavía no existía ningún movimiento revolucionario de la clase obrera y tal movimiento no puede construirse de la noche a la mañana. Cientos de miles de muertos y desplazados de la clase obrera y la estabilización del dominio del capital fueron el único resultado.

Ahora, en Estados Unidos, los beneficios para la clase dominante de avivar sus “guerras culturales” son demasiado evidentes. Llegados a este punto, las dos principales tendencias de la izquierda política nos han dejado en un callejón sin salida. La vía electoral del socialismo democrático ha fracasado en el primer obstáculo. El “insurreccionalismo” nos lleva a un ataque suicida contra el brazo represivo del Estado al ignorar el poder productivo de la clase obrera. Así pues, en estos tiempos apasionantes pero peligrosos, ¿cómo y de qué manera nos orientamos los revolucionarios?

En términos del momento actual, estamos en el punto álgido de la unificación objetiva de nuestra clase a través de las cadenas de suministro globales, los medios de comunicación y la migración. La crisis del capital y los intentos de la clase dominante por gestionarla conducen cada vez más a un proceso de desintegración de esta unificación objetiva. Sin embargo, en medio de esta crisis social histórica, la clase obrera de todo el mundo se lanza a sus batallas sin una utopía, sin un programa. A los camaradas que se apresurarán a señalar que “el programa surge del movimiento, y no al revés”, les respondemos diciendo que nos encontramos en un momento en el que los pasos hacia un programa y una visión pragmática de la ruptura revolucionaria se convierten en una fuerza propulsora necesaria para los movimientos de nuestra clase. La alternativa se convierte fácilmente en la violencia nihilista vista en Siria o en una desesperación paralizante.

El programa

En este punto tenemos que relacionar un programa pragmático para tomar el control de los medios de producción con las luchas reales de la clase obrera. En la confrontación política con las tendencias reaccionarias dentro de la clase obrera tenemos que dejar claro que sólo este paso colectivo de los trabajadores es una ruptura radical con “la élite”.

La cuestión de un programa es simple. Durante la crisis de Covid, la clase obrera ha visto que el trabajo esencial en forma de agricultura, el sector de la energía, las comunicaciones y el transporte, la fabricación de bienes útiles y el trabajo de cuidados y salud constituyen el 30% de la actividad social actual, lo que incluye el trabajo intelectual en unidades de investigación y laboratorios. Gran parte del resto es actividad inútil, nociva, parasitaria o puramente relacionada con el mercado. Hemos visto que este sector relativamente pequeño de la clase obrera ha sido capaz de mantenernos vivos y basamos nuestro programa en este hecho. La toma y defensa de los medios de producción y el reempleo de todos dentro del sector esencial podría permitir una reducción inmediata de la jornada laboral a tres horas diarias por persona. También podemos ver que el nivel general de cualificación de la clase obrera, en combinación con los medios modernos de comunicación, puede asumir la función productiva del Estado y la relación mercado/dinero: las cuestiones que afectan a regiones enteras pueden ser debatidas y decididas por estructuras de base; los recursos y los bienes de consumo pueden asignarse racionalmente sin tener que ser “duplicados” en forma de equivalente monetario.

Esto no es comunismo. La reducción radical del tiempo de trabajo es una condición previa necesaria para desarrollar la capacidad social de abordar los grandes problemas sociales: cómo transformar las organizaciones de lucha (asambleas de huelga y de barrio, zonas liberadas, etc.) en organizaciones de decisión social; cómo cambiar la forma nociva en que producimos nuestras vidas; cómo deshacer la estricta división entre trabajo intelectual y manual; cómo poner fin a la devastadora separación entre la ciudad y el campo y a la desigualdad global del desarrollo. Se trata de un periodo de transición necesario que solía describirse como la “dictadura del proletariado”, pero que hoy preferiríamos llamar de otro modo. Es la imposición de la obligación general de realizar el trabajo socialmente necesario para que todos podamos trabajar menos. El núcleo de la clase obrera tendrá que imponer esto a los miembros de las bandas socialmente atomizadas, a los comentaristas de izquierdas y a los proxenetas de la pobreza de las ONG, a los pequeños comerciantes y, por supuesto, a los banqueros, abogados y legisladores.

El sujeto de clase

No hay programa de clase sin sujeto de clase. Hay tres segmentos principales de la clase obrera que, debido a su posición social, tendrán que ser la fuerza motriz principal en una transición revolucionaria. Durante los últimos meses estos segmentos no sólo han confirmado su importancia objetiva como aquellos que trabajan para mantenernos a todos vivos, sino que han mostrado su potencial subjetivo dando un paso adelante en la lucha. Hablamos de los llamados “trabajadores tecnológicos” (trabajadores intelectuales/ingenieros), que encarnan el necesario conocimiento productivo; los esenciales “trabajadores de masas”, que encarnan el poder productivo; y la “clase obrera marginada”, que demuestra que puede convertir la desesperación en violencia emancipadora colectiva. Las recientes luchas de estos tres segmentos muestran su capacidad y sus limitaciones:

Hemos visto a programadores de Google y Amazon ponerse en huelga en gran medida por razones “políticas”: contra el impacto de sus empresas en el clima; contra el uso militar de sus productos de software; contra el trato que reciben los trabajadores manuales en los almacenes de las empresas. Vimos médicos que se manifestaban contra el régimen Covid-19 del gobierno. Sin embargo, mientras estos trabajadores intelectuales sigan aislados de la realidad y las luchas de los trabajadores manuales, permanecerán en su burbuja filantrópica y sólo producirán “soluciones tecnológicas” abstractas para problemas sociales más profundos.

Durante la crisis de Covid vimos 400 huelgas sólo en EEUU, principalmente de trabajadores manuales de masas de las industrias esenciales. No sabemos mucho de ellas en detalle, pero demostraron la otra cara de la experiencia inmediata del poder colectivo en los lugares de trabajo más grandes y esenciales: la tendencia a la autogestión y al aislamiento sectorial. Sin conexiones más profundas con el intelecto general de los “trabajadores tecnológicos”, y sin la presión de los trabajadores marginados que exigen la socialización de las capacidades productivas, este segmento de la clase obrera tiende a acabar en el autoconfinamiento sectorial. Los sindicatos funcionarán para negociar acuerdos sectoriales de “rescate” con el Estado que intenta separar la columna vertebral productiva de la sociedad de los márgenes proletarios más marginados y precarios.

El levantamiento tras el asesinato de George Floyd fue llevado a cabo por una masa de clase trabajadora que no actuó como una fuerza de trabajo colectiva. Una mezcla de estudiantes, trabajadores informales, empleados precarios y segmentos socialmente atomizados de la clase. Encontramos una composición similar durante la Primavera Árabe o las ocupaciones de plazas tras la crisis de 2008. Vemos una disposición a enfrentarse al Estado e inventiva en las calles. Vemos que este segmento está fragmentado en términos de clase: los elementos profesionales tienden a promocionarse como oradores, los trabajadores marginados dependen de la infraestructura de la clase media (iglesias, mezquitas, ONG) para sobrevivir. Sin el poder productivo de los trabajadores esenciales, la violencia se repliega sobre sí misma. Será una dura lucha política unir a este segmento en torno a un programa comunista.

Podemos ver la dependencia mutua de estos segmentos para poder llevar a cabo una transición revolucionaria. Podemos ver que no forman más del 30 al 40% de la población trabajadora. También podemos ver que estos tres segmentos se reflejan globalmente en forma de tres regiones principales: las zonas industriales avanzadas, donde se centraliza el conocimiento productivo y la producción de los medios de producción (EEUU y Europa); las regiones manufactureras de producción en masa (Asia); y las regiones de extracción de materias primas y explotación de la fuerza de trabajo (África, Sudamérica). Esta división mundial del trabajo significa que la conquista de los medios de producción es en sí misma una lucha mundial.

La necesidad de organización

¿Qué significa todo esto para nosotros como comunistas? Tenemos que ser capaces de desarrollar un programa que formule en términos pragmáticos lo que implica la toma de control de los medios de producción. Aquí, abrir una brecha entre los trabajadores estatales que realizan un trabajo productivo y el aparato burocrático y represivo del Estado será un reto. La toma del poder requiere el desmantelamiento de la fuerza represiva del Estado, principalmente a través de una “asfixia económica” y la defensa armada de los medios de producción. Requiere la expansión de la toma del poder a lo largo de la cadena de suministro internacional, mediante la difusión de la esperanza política de emancipación. Este programa se formulará de forma diferente para cada uno de los tres segmentos y regiones globales. En algunas regiones se hará hincapié en “la paz, el pan y las transferencias de tecnología”, mientras que en otras se pondrá en primer plano el cierre de industrias innecesarias y la reducción radical del tiempo de trabajo. Un programa de toma insurgente de los medios de producción tendrá que señalar sus funciones y limitaciones específicas a cada uno de los tres segmentos principales de la clase obrera.

No creemos en los trucos de las reivindicaciones transitorias, pero pensamos que la consigna “todo el mundo trabaja, todo el mundo trabaja menos” puede utilizarse en la próxima oleada de cierres de empresas y despidos. No sólo defendemos nuestros puestos de trabajo, sino que queremos trabajar menos con el salario íntegro, de acuerdo con el nivel que haya alcanzado la productividad social. Que la patronal y el Estado se preocupen del salario. Esta puede ser una línea de intervención. Tenemos que iniciar una encuesta obrera que plantee preguntas políticas a nuestros compañeros de trabajo: ¿Es nuestro trabajo socialmente útil? Si no lo es, ¿cómo podría cambiarse? ¿Qué haría falta para que nuestra empresa siguiera funcionando? ¿De qué conocimientos carecemos? ¿De qué otros trabajadores de aquí y de fuera dependemos? ¿Cómo reaccionaría el Estado? Estas preguntas deben combinarse con ideas concretas sobre cómo podemos luchar contra el actual ataque de crisis de la patronal y el Estado. Esto sólo será posible si existen estructuras u organizaciones de base independientes en los centros de trabajo.

Todo esto necesita organización: un partido comunista, en el sentido de una estrategia viva para la autoemancipación de la clase obrera. Una organización que esté arraigada entre los trabajadores tecnológicos sin complacer su altivez intelectual. Entre los trabajadores productivos de masas sin acabar fomentando su sectorialismo sindicalista. Entre los pobres, sin alimentar sus ilusiones insurreccionales y sus tendencias populistas. Tenemos que señalar que el poder social no reside en el asediado edificio gubernamental, sino en el tejido productivo de la sociedad. Tenemos que analizar las luchas concretas y encontrar los puntos avanzados en los que se cuestionan las divisiones entre estos tres segmentos. Tenemos que romper los eslabones más débiles. Tenemos que investigar militantemente lo desigual que está distribuido el conocimiento y los recursos productivos entre la clase y contrarrestarlo mediante la estrategia política. Tenemos que enraizarnos en las luchas cotidianas sin perder de vista el programa. Tenemos que juzgar cada propuesta y actividad de la izquierda si preparan y unifican a la clase obrera para la toma del poder o si profundizan la creencia en soluciones identitarias y en la representación estatal.

En el momento actual, las fuerzas reaccionarias quieren arrastrarnos a una guerra cultural y a enfrentamientos armados, un tipo de lucha en la que la clase obrera sólo puede perder. Tenemos que reagruparnos y reorientar nuestro trabajo. Queremos trabajar por un programa revolucionario pragmático en estrecha conexión con las vidas y luchas concretas de la clase obrera local. Si te sientes así, ponte en contacto con nosotros.

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