La teoría del partido del KAPD — Jasper Bernes

Texto original

La Revolución Alemana sigue los pasos que Luxemburg expone en “La huelga de masas”. A partir de 1916, una oleada huelguística recorre la industria bélica alemana, extendiéndose a los soldados y marineros y al resto de la economía. La expresión política de esta huelga de masas es la Liga Espartaquista de Luxemburg, formada por el ala izquierda de los socialdemócratas independientes, que habían roto con el SPD. Paralelamente, aparece el movimiento de los Delegados Obreros Revolucionarios (Revoutionaere Obleute), una organización clandestina de delegados de fábrica que alcanza varios miles en 1918, capaz de movilizar a vastos sectores de la clase obrera. Los Obleute anticipan los grupos de fábrica (unionen) que surgirían en 1919 y 1920, pero también se asemejan a los soviets de 1905, igualmente creados para llevar a cabo la huelga de masas. La militarización de la economía y el servicio militar obligatorio habían diezmado los sindicatos, y los Obleute proporcionaron estructuras organizativas a los trabajadores jóvenes, pobres y hambrientos que se encargaban de la economía de guerra alemana tardía. La militarización también convirtió lo político en económico y dirigió toda la lucha hacia el Estado, que ahora era el principal empleador.

En 1918, esta huelga de masas supera a la Revolución Rusa de 1905 y se une a la de 1917, derrocando al Imperio Alemán. La principal diferencia entre 1905 y 1917 o 1918 es que los soviets se forman también en las filas militares. Cuando la huelga de masas se extiende a los barracones o a los barcos, se recurre necesariamente a la formación de consejos por la sencilla razón de que los marineros no pueden ir a ninguna parte y, al rechazar el mando, disuelven de hecho el Estado para sí mismos allí donde se encuentran. Cada barco o cuartel insubordinado es ya un soviet. A medida que la huelga de masas se desarrolla, poniendo fin a la guerra y derribando al Estado en el proceso, se forman consejos en las filas de los militares y también allí donde los Obleute son más fuertes, en Berlín especialmente y en los astilleros y plantas de municiones de Hamburgo y Bremen. El Imperio alemán se derrumba y el control de la economía queda en manos de una clase obrera armada, que en algunos lugares se organiza ahora independientemente del SPD y de los sindicatos. En gran parte del país, sin embargo, especialmente donde los sindicatos aún conservan el control, la situación es incierta. En los días posteriores a la revolución, los marines revolucionarios se extendieron por todo el país, declarando la república e instruyendo a los trabajadores para que eligieran consejos, cuya composición varía enormemente, pudiendo incluir profesionales, personal municipal o representantes sindicales.

El destino se cebó con los consejos rápidamente, y los de Berlín se vieron obligados a actuar como representantes de los consejos en general para frenar la reconstitución del Estado y el ejército bajo la dirección del SPD, que desde el primer día se ocupó de coordinarse con las potencias de la Entente y los liberales para formar nuevos ministerios. En diciembre, se habían elegido delegados de todos los consejos y, mediante la manipulación sustitucionista y aritmética de funcionarios sindicales y del SPD, y para gran consternación de los partidarios de nuevo cuño del consejo, votaron a favor de ceder el poder a los ministerios del Estado liberal alemán en espera y de convocar una asamblea constituyente. Pero la situación no estaba en absoluto bajo control por la sencilla razón de que los obreros estaban en posesión de un gran número de armas y los soldados y marineros estaban organizados en unidades revolucionarias.

El levantamiento espartaquista de enero, a consecuencia del cual fue asesinada Luxemburg, fue un intento de impedir la consolidación del poder por parte del SPD y, en particular, la reconstitución del ejército y la policía alemanes. La batalla era por los cuarteles militares de Berlín y por el control de la prensa y la policía; la derrota del proletariado berlinés acabaría esencialmente con la revolución allí. En otros lugares, sin embargo, el proletariado permaneció armado, especialmente en la región minera del Ruhr, donde en 1919 los trabajadores se declararon en huelga repetidamente para exigir la socialización de la industria y el control obrero. El levantamiento del Ruhr de 1920 se desarrolló a partir de las estructuras organizativas de 1919, y en particular de los nuevos “grupos de fábrica” como la FAUD anarquista. Estos grupos de fábrica respondieron a la manipulación de los consejos en el Congreso de 1918 por parte de los sindicatos organizando organizaciones paralelas en el lugar de trabajo —organizaciones que eran políticas y económicas a la vez, organizaciones unitarias, orientadas hacia la reactivación de los consejos y la creación de una sociedad consejista.

El levantamiento del Ruhr es probablemente lo más lejos que llegó la Revolución Alemana en la producción del comunismo. Es un ejemplo, un raro ejemplo histórico, de un proceso de comunización en sus primeros días. La rapidez de su progreso es asombrosa, inspiradora, y es para mí un recordatorio continuo de los incontables e impredecibles poderes de la autoorganización. En menos de 24 horas, cien mil proletarios se armaron, desarmaron a la policía y al ejército y reclamaron los medios de producción centrales de la industria alemana, su carbón, su hierro y sus acerías. Lo hicieron sin planificación previa ni coordinación, formando “ejércitos” que no eran realmente ejércitos en el sentido de que carecían de algo parecido a un mando o disciplina central. Esto permitía, sin embargo, que pseudo-representantes firmaran acuerdos con el Estado y el ejército en su nombre. Se trataba de un “ejército” con objetivos divididos; en algunos lugares los trabajadores querían establecer el control por el consejo, y en otros simplemente impedir su masacre por los freikorps, y restaurar el status quo ante. Dauve sitúa aquí el inicio del antifacismo, con la contrarrevolución prodemocrática rechazando el golpe pero cediendo su autonomía —una especie de guerra civil española en miniatura. Una cosa que es notable es el carácter dislocador de las unidades armadas, que por necesidad se extendían ampliamente por el terreno del valle del Ruhr, y a menudo estaban desconectadas de las organizaciones del lugar de trabajo. De este modo, desempeñaron el papel de catalizadores —convocando la elección de nuevos consejos, cuya condición determinarían. La teoría del KAPD y de Jan Appel comienza aquí.

Los comunistas organizados parecen haber jugado poco papel en el levantamiento del Ruhr, excepto en su aplastamiento. El KAPD no se había formado —eso ocurriría al mes siguiente, en abril, y la AAUD, los grupos comunistas de fábrica, se formarían en febrero. Appel dice que entonces estaba en el Ruhr, y sabemos que el KAPD le envió, después de su formación, para representarles en Moscú en el segundo congreso de la Comintern, al que llegó, al más puro estilo comunista, robando un barco y maniobrando alrededor del bloqueo británico. El texto que leemos hoy es el discurso que pronunció un año después, cuando regresó a Moscú, por medios legales, para representar al KAPD en la Tercer Congreso de la Internacional Comunista, poco antes de que ese grupo fuera expulsado. La cuestión en ese discurso y en la reunión es el comportamiento del KAPD durante la Acción de Marzo de 1921, que se produjo aproximadamente un año después del levantamiento del Ruhr. Tanto el KPD como el KAPD esperaban que se repitiera el levantamiento del Ruhr, un levantamiento espontáneo de la clase en respuesta a la amenaza del desarme, que se cernía sobre ellos durante todo el año. Ambos se organizaron para empujar esta ofensiva hasta el punto de derribar el Estado, pero a partir de ahí tenían ideas muy diferentes sobre cómo organizarse. La Acción de Marzo fue, por tanto, la primera acción en la que participaron comunistas organizados explícitamente dedicados a la revolución consejista.

Tanto Karl Radek, que habla en nombre de la Comintern, como Appel/Hempel, que habla en nombre del KAPD, evalúan la Acción de Marzo de forma similar. Fracasó porque no fue lo suficientemente amplia ni sostenida, y hubo poca o ninguna coordinación entre los centros de trabajo rebeldes y las unidades armadas. Pero Radek y Hempel tienen ideas radicalmente distintas sobre el papel que podrían y deberían haber desempeñado los comunistas organizados. El discurso que pronuncia Appel es un reflejo de la teoría que informaba esa participación, una teoría del partido, de la organización y de la autoorganización, que es radicalmente distinta de la de los bolcheviques. Appel está de acuerdo con Radek en que el levantamiento del Ruhr y el Marzo fracasaron por falta de organización, pero traza una línea roja entre las organizaciones del viejo movimiento obrero —sindicatos, partido parlamentario— y las formas organizativas de la propia revolución, principalmente los consejos.

En Rusia, en Alemania, en Italia, “la forma de organización adoptada por el proletariado combatiente ha sido la de los Soviets”. Las viejas organizaciones de la clase obrera —sindicatos, partidos parlamentarios— sólo bastaban para un período en el que la clase obrera luchaba por mejorar su posición dentro del capitalismo, pero no por superarlo. Sin embargo, cuando millones de trabajadores se declaran por la revolución, tales mecanismos y las personas vinculadas a ellos son, por su propia naturaleza, un impedimento, y los trabajadores revolucionarios buscarán naturalmente otros medios. Es “por esa razón”, dice Appel a la Comintern, “que declaramos que los trabajadores deben organizarse de acuerdo con el mismo ejemplo que la propia revolución, en el curso de su desarrollo, nos ha mostrado, y en el que, cuando la lucha se pone a la orden del día, los comunistas debemos desempeñar el papel principal.”

La labor del partido comunista es la ejemplificación. Los comunistas aprenden del ejemplo y lo dirigen. Un consejo no es sólo un consejo, sino que en una coyuntura revolucionaria es también una comuna, la forma futura del comunismo hecha presente en un fragmento del ahora. Se extiende a través de la imitación y la ejemplificación, a través de una adopción espontánea cuyo contagio resuelve, por sí solo, algunos de los dilemas que plantea el levantamiento del Ruhr. Ganar a las masas para el bando de la revolución no era suficiente, como tampoco lo sería la formación de un cuadro dedicado de líderes profesionales. Más bien había que dar directamente a los trabajadores los medios para ejercer el poder. Para Appel, el partido no es una forma cuantitativa, que se hincha con la afluencia de las masas, ni cualitativa, que se profundiza con la disciplina, sino un catalizador, un mediador transitorio y evanescente que da paso al poder directo de los trabajadores. El objetivo del KAPD, por tanto, tal y como se distinguía de los espartaquistas del KPD, era estrictamente la revitalización del poder de los consejos y la destrucción de todos aquellos que se interpusieran en su camino, en concreto los sindicatos afiliados al SPD, que a finales de 1919 se habían encerrado en la estructura de delegados de los consejos.

Con este fin, los militantes del KAPD se centraron en la formación de unionen, o grupos de fábrica, estructuras paralelas a los consejos pero orientadas hacia ellos, que pudieran agitar por el poder del consejo tanto dentro como fuera de los consejos. En lugar de intentar organizarse por encima de los consejos, los comunistas deberían organizarse junto a ellos: “Los comunistas deben formar ahora un núcleo duro, deben formar ahora un marco que el proletariado pueda adoptar como propio, cuando el propio desarrollo le impulse a la lucha”. Esto es también el reflejo de un ejemplo que el KAPD aprendió de la FAUD, y de la lucha en el Ruhr. Esta noción del partido de los comunistas como marco es marcadamente diferente de la de Luxemburg o los bolcheviques, para quienes el partido es un educador o un líder. Aquí es simplemente un marco, como los grupos de fábrica, un modelo de estructura, como los consejos, que el proletariado no sólo puede asumir sino que, de hecho, debe asumir “porque los sindicatos ya no proporcionarán una estructura adecuada para promover esas luchas.”

En aquella época, Appel y sus camaradas pensaban que era necesario un partido de comunistas organizados, además de los grupos de fábrica —porque reconocía la centralidad de las luchas entre los parados, que no encontrarían un papel revolucionario dentro de la fábrica en el lugar de trabajo, pero a los que se podría animar a organizarse directamente en consejos de parados y unirse así a los consejos obreros. Los grupos de fábrica estaban abiertos a cualquier obrero revolucionario, incluso a los parados, independientemente de su afiliación, siempre que estuvieran de acuerdo en el objetivo del comunismo. El partido, en cambio, exigía que los afiliados estuvieran de acuerdo con sus principios. Esta división entre grupos de fábrica y partido escindía la diferencia entre partido de masas y partido profesional: las fábricas eran organizaciones comunistas de masas, mientras que el partido adoptaba posiciones y posturas particulares. Por ejemplo, dentro de los grupos de fábrica podía haber ideas muy diferentes sobre cómo organizar los consejos durante y después de la revolución. Y, por supuesto, hubo desacuerdos sobre si era necesario o no un partido además de los grupos de fábrica, con algún grupo de partidarios de los consejos fuera del KAPD desde el principio, y otro que se marchó por un desacuerdo precisamente sobre este punto, y formó la AAUD-E, la Allgemeine Arbeiter Unionen Deutschland Einheitsorganisation —organización unitaria, indicando que era partido y grupo de fábrica todo en uno.

Appel y sus camaradas aprendieron del ejemplo del levantamiento del Ruhr y se organizaron en una forma adecuada a las energías con las que se habían encontrado —un ejemplo mismo, capaz de actuar como catalizador de un poder consejista armado y autoorganizado. Sin embargo, este partido era de un tipo muy particular, no el partido centralista democrático que quería Radek. En el partido de Appel “cada individuo debe ser un comunista plenamente desarrollado, y debe ser capaz de desempeñar un papel dirigente en cualquier posición en la que se encuentre”, guiado no por directivas particulares sino por el programa de la organización. Al mismo tiempo, cada comunista sólo podía negociar con la unanimidad de sus camaradas. Dauvé sobre el KAPD aquí es útil:

cada miembro sabía lo que había que hacer, y no se unía al KAPD para seguir órdenes y que le dijeran lo que tenía que hacer. Los congresos y los distintos tipos de asambleas generales eran bastante frecuentes. No existía un comité central investido de plenos poderes durante un periodo de tiempo indeterminado: había, por un lado, un comité de asuntos de actualidad (Geschäftsführung) y también un “Comité Central” (Hauptausschuss) que se reunía siempre que había que tomar decisiones importantes y, a diferencia de la misma estructura en otras organizaciones, en cada ocasión estaba sujeto en su mayor parte a reelección por los distritos del partido, y estaba formado por el comité administrativo permanente y los delegados de distrito. Se puede decir que la línea del partido era decidida constantemente por todo el partido, lo que manifestaba una enorme fuerza en el KAPD; sólo para recuperar esta fuerza la Internacional Comunista toleró la presencia de este partido, que nunca dejó de atacar abierta y violentamente el oportunismo de la Internacional Comunista. En el KAPD, a lo largo de su mejor época, se realizó realmente lo que Bordiga denominó “centralismo orgánico”.

Esta posibilidad de actuar independientemente y, sin embargo, con el asentimiento del grupo, salvo en negociación explícita, está relacionada con la insistencia de Appel en que el partido sólo puede desempeñar un papel afirmativo respecto a las acciones espontáneas de los trabajadores. En el verano de 1920, mientras el Ejército Rojo se abría paso a través de Polonia, el KAPD decidió sabotear el cargamento de armas que Francia y otras potencias de la Entente estaban enviando a través de Alemania al ejército polaco. Si el Ejército Rojo no hubiera optado por dirigirse hacia Varsovia, podría haber estado a escasos kilómetros de Alemania. El KAPD se organizó para la insurrección en las zonas por donde pasaban los trenes y luego, al acercarse el momento de nuestra acción, dio marcha atrás, intentando cancelar lo que habían organizado con una publicación apresurada. Ciertos grupos siguieron adelante con ello, declarando la república de Consejos en pequeñas ciudades, y luego fueron aniquilados. Appel insiste en que fue un error suspender la acción: el papel del partido sólo puede ser afirmativo o neutro, no negativo. Si ha metido la pata, debe guardar silencio. Esto se debe a que, dada su insistencia en la autoorganización, en la catálisis, sólo puede promover, no obstaculizar, la acción libre.

La Acción de Marzo es el mejor lugar para ver esta teoría en funcionamiento, porque allí vemos el efecto de la política afirmativa, aventurera pero no vanguardista del KAPD. La Acción de Marzo fue en parte espontánea, en parte planificada, una Acción no un levantamiento. A lo largo de 1920 y 1921, a medida que la situación económica se deterioraba, los comunistas del KPD y del KAPD buscaban el siguiente momento insurreccional, no queriendo perder su oportunidad, como habían hecho el año anterior, durante el levantamiento de 1920 en el Ruhr. Esta vez el punto álgido surgió al este, en Halle y Mansfeld, donde los unionen eran bastante activos y los trabajadores estaban armados, especialmente en la ultramoderna fábrica de Leuna, donde según una estimación al menos dos mil de los veinticinco mil trabajadores estaban organizados en el sindicato AAUD. Cuando el gobierno intentó desarmar a los obreros, una huelga general se extendió por la región y, en un momento de sincronía, tanto el KAPD como el KPD decidieron que había llegado el momento de la insurrección. Fue el momento del heroico aventurerismo de la ultraizquierda. Respondiendo al llamamiento general, las unidades armadas empezaron a quemar comisarías y juzgados, robar bancos y repartir mercancías. Max Holz, el llamado Robin Hood de la revolución, tendió una emboscada a las unidades de policía enviadas desde Berlín para sofocar a los obreros rebeldes en Mansfeld. He aquí una descripción de su fuerza protocomunista en acción:

Un escuadrón motorizado tenía entre 60 y 200 hombres. Avanzaba una unidad de reconocimiento, armada con ametralladoras o armas ligeras; luego venían los camiones con armamento pesado. Luego venía el comandante en su propio coche “con la caja fuerte”, junto con su “secretario del tesoro”. Como retaguardia, le seguía otro camión cargado con armamento pesado. Todos estos vehículos iban cubiertos con banderas rojas. Al llegar a una ciudad, se requisaban los suministros y se saqueaban las oficinas de correos y los bancos. Se proclamó la huelga general, pagada en gran parte por los empresarios. Carniceros y panaderos se ven obligados a vender sus productos a un precio entre un 30% y un 60% inferior al normal. Cualquier resistencia era aplastada inmediata y violentamente. Este tipo de unidades fueron muy activas en toda Sajonia tras el Putsch de Kapp.

Los comités centrales del KPD y del KAPD hicieron un llamamiento general a la insurrección, pero apenas controlaron los rápidos acontecimientos. Los mensajes se perdían en la transmisión entre el centro y las provincias. Los grupos armados que operaban de forma autónoma tenían poca idea de lo que ocurría en otros lugares. En un claro ejemplo de la falta de coordinación general que reinaba, los trabajadores semicualificados de la planta ocupada de Leuna se resistieron a la llamada para coger las armas que tenían y pasar a la ofensiva porque pensaban que serían masacrados. Ignoraban, sin embargo, que las fuerzas de Holz estaban cerca y podrían haber acudido en su ayuda. Finalmente la fábrica fue bombardeada, los trabajadores desarmados, Holz capturado y arrestado. El momento se había perdido.

Todos los contrafácticos son fáciles. Si las cosas hubieran sido diferentes, entonces habrían sido diferentes. Sí. Pero no es fácil preguntarse cómo habría sido una revolución consejista y qué fuerzas podrían participar en ella. Entre los unionen, los partidos, los consejos y los grupos armados, tendría que producirse algún proceso de catálisis que dejara en su lugar un precipitado comunista puro: los consejos, la autonomía armada. La diferencia entre la teoría de Appel y la de Radek, que desembocaría en la mecanicista y condenada insurrección de Hamburgo de 1923, es que para Appel el principal lugar de reflexión es la propia clase, mientras que para Radek es el partido. Para Radek, el partido es el servomecanismo de la clase, que dirige la acción de la clase a través de mecanismos de retroalimentación. Pero el partido afirmativo de Appel sólo puede retroalimentar, sólo puede acelerar. Es un reflector pasivo, inerte, y esto es cierto también para los grupos de fábrica. Cualquier control, automodulación o dirección debe venir de la propia clase, la clase como acontecimiento, tomando el control de los consejos. Ahí está el lugar de la reflexión, la autodirección y la dirección.

Quedan enormes interrogantes, ¿cómo se organizarían los consejos? Por sectores, como proponían los sindicalistas, o por regiones, como hacían los comunistas. Si es por regiones, ¿cuál es exactamente la conexión entre los consejos de empresa y los consejos regionales y cómo evitar la infiltración de la mediación pequeñoburguesa, como había ocurrido? Armar a los trabajadores es una cosa, pero en condiciones de dislocación masiva, ¿quién trabaja y dónde y quién lucha y dónde reside el control sobre el trabajo y la lucha? Para Appel estas son cuestiones que los propios consejos tendrían que resolver y es la propia flexibilidad de esta forma y la rigidez de su contenido proletario lo que se presta a tales desafíos.