El “Otro” Movimiento Obrero – Paul Mattick (1975)

Esta es una traducción de la reseña de Paul Mattick de 1975 sobre «El “otro” movimiento obrero y el desarrollo de la represión capitalista desde 1880 hasta la actualidad» de Karl Heinz Roth y Elisabeth Behren, reseña que se encontraba disponible en alemán y que he traducido a partir de la traducción al inglés que ha realizado London Workers Council & Autonomy Reading Group. Este último nos explica de la siguiente manera el contexto en el que surge esta reseña de Mattick: «La historia del movimiento obrero alemán de Roth y Behrens es uno de los textos canónicos de la tradición “operaista“, representada en […] “Composición de clase y teoría del partido en los orígenes del movimiento de los consejos obreros” de Sergio Bologna. Aquí Mattick, participante directo en el movimiento de consejos alemán analizado por Bologna, Roth y Behrens, rechaza una interpretación mecanicista o reduccionista de la relación entre la “composición técnica” (es decir, la posición en el proceso de producción) y la “composición política” (es decir, las formas de organización política) de la clase obrera. En su lugar, Mattick sostiene que la subjetividad revolucionaria no se deriva de la posición de uno en el proceso de producción, sino de las vicisitudes de la crisis capitalista».


Como expresión de las relaciones de producción capitalistas, el movimiento obrero es al mismo tiempo un movimiento de trabajadores que tienen que desarrollar su conciencia de clase dentro de las relaciones de mercado capitalistas. La competencia generalizada incluye la de los trabajadores entre sí. Aunque muchos capitales forman el capital total, el capital no aparece como un capitalista total, y aunque todos los trabajadores realizan el trabajo social total, no hay un trabajador total. Pero sea cual sea el resultado de la competencia entre capitales y de la competencia por los puestos de trabajo, la reproducción de la sociedad capitalista sigue siendo siempre la reproducción de las relaciones de producción capitalistas o de clase en las que se basan las relaciones de mercado.

La división capitalista del trabajo, determinada por la acumulación de capital, ofrece oportunidades no sólo a los diferentes capitales, sino también a los diferentes grupos de trabajadores para hacer valer sus intereses especiales dentro de las relaciones de clase dadas. Así, el movimiento obrero es un movimiento basado en los antagonismos de clase, pero que, además de los intereses de clase, también representa intereses profesionales especiales. El interés general del proletariado en el marco de la sociedad capitalista fue descrito por Marx como “economía política – pero desde el punto de vista de los trabajadores”, es decir, como una lucha permanente contra la creación capitalista de plusvalía. Al igual que la economía política de la burguesía, la de los trabajadores está ligada a la existencia del capital. Sigue siendo una cuestión de mayor o menor explotación, no de la explotación misma. Por lo tanto, el desarrollo de la conciencia de clase y del movimiento obrero sólo podía imaginarse como un proceso revolucionario que, a través del trabajo asalariado, acabaría eliminando la distinción de clases en la sociedad.

Sin embargo, esta expectativa se ha visto defraudada hasta ahora. La percepción de los intereses particulares directos dentro de las relaciones de producción capitalistas parecía mucho más importante para los trabajadores que su eliminación revolucionaria, que sólo podía remitirse a un futuro incierto. La conciencia de clase emergente no se convirtió en una conciencia de clase revolucionaria. Las expectativas así defraudadas exigen una explicación. Debieron afectar especialmente a Friedrich Engels, autor del libro “La condición de la clase obrera en Inglaterra”. En pocas décadas, la clase obrera empobrecida que él había descrito, y en la que se podían haber depositado las esperanzas revolucionarias, se había convertido en una clase obrera que rechazaba cualquier movimiento revolucionario y se sentía a gusto dentro de las condiciones dadas. La explicación que encontró Engels no fue, como cabía esperar, el aumento de la productividad y, por tanto, de la explotación de los trabajadores ingleses, que permitió un aumento simultáneo de los salarios y de los beneficios, sino la corrupción de los trabajadores a través de su participación voluntaria en la explotación imperialista del mundo practicada por el capital inglés. Esta idea fue retomada posteriormente por Lenin para expresar su propia decepción con el comportamiento de los trabajadores. El capitalismo imperialista había producido una aristocracia obrera que ya no era receptiva a las ideas revolucionarias, lo que era en parte responsable de la “traición” de la II Internacional.

Estas explicaciones siguen refiriéndose a los trabajadores en general o a las capas privilegiadas de la clase obrera, y no a la división del trabajo entre ocupaciones cualificadas, semicualificadas y no cualificadas. Aunque las condiciones de vida y de trabajo de los distintos trabajadores cualificados eran diferentes, estas diferencias eran demasiado pequeñas como para suponer que los meros intereses profesionales pudieran afectar a la conciencia de clase. Por el contrario, se suponía que las luchas sindicales de los trabajadores despertarían y desarrollarían su conciencia de clase. Del mismo modo, el reformismo del movimiento obrero no se refería a un grupo ocupacional concreto de trabajadores, sino a la ilusión generalizada de que la situación de la clase obrera dentro del capitalismo podía mejorar progresivamente; una ilusión que se veía favorecida por los acontecimientos reales. Sólo recientemente se han intentado comprender los cambios en el movimiento obrero no a partir del desarrollo general del capital, sino de la tecnología cambiante del proceso de producción, que supuestamente implicaba un movimiento obrero “distinto” del conocido hasta entonces.

El libro de Roth y Behrens está dedicado a este “otro” movimiento obrero. La posición que ellos (y otros) defienden es muy sencilla: la tecnología capitalista moderna está eliminando a los trabajadores cualificados para sustituirlos por mano de obra no cualificada más barata, como en la producción en cadena. Estos trabajadores no cualificados, o rápidamente semicualificados, son generalmente intercambiables debido a la automatización de los procesos de producción y pueden ser perfilados con los términos “trabajador total” o “trabajador en masa”. A diferencia de los trabajadores cualificados moribundos, los “trabajadores en masa” no tienen relación alguna con la producción; están totalmente “alienados” del trabajo y se consideran meros apéndices de la maquinaria que determina dictatorialmente su modo de vida. A diferencia de los trabajadores cualificados, que están llenos de orgullo profesional, los “trabajadores en masa” están en total oposición a la sociedad capitalista debido a su posición deshumanizada en el proceso de producción. Son los “trabajadores en masa” los que romperán radicalmente con el viejo movimiento obrero ligado a los trabajadores cualificados para crear formas adecuadas de acción y organización a partir de su propia situación.

Esta tesis se basa en la disposición a la huelga de los obreros de las cadenas de montaje, especialmente pronunciada en los últimos años y sobre todo en Italia, y en sus esfuerzos por utilizar comités de acción autónomos para extender las luchas económicas más allá del estrecho límite legal favorecido por los sindicatos. Roth y Behrens no sólo consideran estos hechos notables, aunque locales, como presagios de lo que está por venir, sino que también los utilizan para explicar el fracaso de todo el movimiento obrero hasta ahora debido a su tutela por parte de los trabajadores cualificados. También en el pasado, argumentan, sólo los trabajadores no cualificados o semicualificados, como los mineros y los trabajadores de los astilleros, lideraron una verdadera lucha con conciencia de clase contra el capital, mientras que los trabajadores cualificados formaron el “pilar” de la socialdemocracia reformista y de los sindicatos conciliadores de clase.

Por supuesto, los autores no pueden negar que los trabajadores cualificados construyeron sus asociaciones en la lucha contra el capital. Pero insisten en que esta minoría dentro de la fuerza de trabajo total, debido a su posición especial en la producción, entendió cómo dominar el movimiento obrero en su conjunto. El fracaso revolucionario de la clase obrera encontraría aquí su causa esencial. Los acontecimientos revolucionarios del pasado han sido siempre obra de la “capa paria sin ley del trabajador total”: si no los trabajadores de las cadenas de montaje de las multinacionales de hoy en día, al menos los trabajadores no cualificados, ajenos a cualquier arrogancia profesional y cuya lucha siempre ha tenido como objetivo algo más que el interés puramente sindical de unos salarios altos y unas mejores condiciones de trabajo. En opinión de los autores, los “soldados revolucionarios del Ejército Rojo del Ruhr” no tenían “nada en común con los obreros cualificados, orgullosos de su trabajo y obsesionados con el Estado obrero”, al igual que las “tropas de choque de los obreros no cualificados” no tenían nada que ver con las limitadas iniciativas de los consejos de las “vanguardias obreras cualificadas”, que sólo aspiraban a la autonomía de la fábrica.

Por lo tanto, hay que hablar de “dos corrientes de lucha obrera coexistentes”, a saber, la dirigida por el movimiento obrero tradicional, y una lucha que se desarrolló y sigue desarrollándose al margen y en contra de los limitados intereses del movimiento obrero oficial. Así, la lucha contra el capital se dirige simultáneamente contra el viejo movimiento obrero, para hacer del “otro” movimiento obrero el decisivo. Y esto tanto más cuanto que la “contraofensiva empresarial-sindical” contra los trabajadores de masas ya ha comenzado mediante una “escisión de clase conscientemente escenificada”. Así, “desde 1970, se ha completado un proceso de lucha obrera de casi un siglo de duración, con el resultado de que las organizaciones obreras tradicionales están irremediablemente y de forma transparente al otro lado de la barricada”.

Esto no es ninguna novedad, aunque sigue siendo incomprensible cómo se puede estar al otro lado de las barricadas en su ausencia. Las luchas de clase de los últimos años, las innumerables huelgas legales y salvajes, han sido emprendidas no sólo por los “trabajadores en masa”, sino por trabajadores de todas las profesiones, incluidos los trabajadores cualificados, desde los empleados privados y estatales hasta los trabajadores de correos y la policía. Que estas huelgas, en la mayoría de los casos, hayan permanecido bajo el control del sindicato o, cuando han escapado de él, hayan regresado a él, no tiene nada que ver con los trabajadores cualificados o los trabajadores de las cadenas de montaje, sino con el simple hecho de que se trataba de luchas sindicales, no de luchas contra el propio sistema capitalista.

Incluso los “trabajadores de masas” no han roto hasta ahora el carácter sindical de su acción y, allí donde existen desde hace tiempo, han creado asociaciones industriales que no están menos fundidas con el sistema capitalista que las organizaciones obreras tradicionales. Basta pensar en las grandes federaciones industriales de la producción en masa norteamericana para ver de inmediato que las expectativas que Roth y Behrens atribuyen al “trabajador en masa” son tan ilusorias como las que en su día se aplicaron al trabajador cualificado. Pero Roth y Behrens esperan algo más, a saber, la disolución y destrucción de todo el movimiento obrero tal y como se ha entendido hasta ahora, y la aparición de “formas de lucha totalmente nuevas” con las que el “trabajador en masa” no organizado o el que se rebela contra la organización obrera obtendrá reconocimiento.

Sin embargo, se habla muy poco de estas “nuevas formas de lucha”, y lo que se dice, como por ejemplo sobre las ocupaciones de fábricas como medio de acción huelguística, se refiere no sólo a los “trabajadores en masa” sino a las acciones de las más diversas categorías de trabajadores. Por lo demás, sólo se hace referencia a las formas de lucha de los trabajadores en condiciones fascistas, que resultan ser el rechazo de los servicios requeridos (“baja por enfermedad”, “abandono del trabajo”) y el sabotaje silencioso. Se quiere dar la impresión de que los trabajadores no sólo resisten en cualquier circunstancia y sin la intervención de las organizaciones obreras oficiales, sino que libran su lucha con mayor eficacia de lo que era posible bajo el antiguo control sindical. Así, Roth y Behrens se rebajan a la absurda afirmación de que el régimen nazi se vio abocado a una verdadera crisis por las luchas obreras libradas en su seno, que sólo pudo superarse con la resolución de la guerra. La Blitzkrieg es tomada por ellos como un “instrumento para la recomposición de la clase obrera”, a saber, a través del reclutamiento de trabajadores forzados extranjeros, con cuya ayuda debía romperse la voluntad revolucionaria de los trabajadores alemanes. Los hechos son así recortados a la fuerza y contra toda lógica para que encajen en la tesis preconcebida. No hay casi ninguna prueba que presenten que no resulte ser una interpretación falsificada de los hechos que utilizan. Y cuando las pruebas no provienen de ellos, se remiten a los falsos informes propagandísticos de la burocracia exiliada del movimiento obrero en decadencia en París, Praga o Basilea.

Si el libro en sí es una obra insufrible, el problema que plantea es, sin embargo, de la mayor importancia para la clase obrera. Que el movimiento obrero tradicional no ha llegado a ser totalmente revolucionario ha sido evidente para todos desde 1914. Sin embargo, el hecho de que haya seguido existiendo en formas cada vez más reaccionarias no puede atribuirse a su dominio por parte de los trabajadores cualificados, sino al inesperado desarrollo del poder y la fuerza del capital. Incapaces de hacer la revolución, los trabajadores trataron de establecerse lo mejor posible dentro del capitalismo. Para ello, el movimiento obrero tradicional fue el instrumento adecuado, que siguió siendo eficaz incluso cuando la organización se escapó del control de los trabajadores y cayó en manos de burocracias arbitrarias. No eran los propios trabajadores, sino sus “representantes” en los sindicatos y el parlamento, e incluso en los partidos “revolucionarios”, los que determinaban ahora la teoría y la práctica del movimiento obrero y, por tanto, el comportamiento de la clase obrera. Como este tipo de movimiento obrero sólo puede existir en el terreno de las relaciones de producción capitalistas, se convirtió inevitablemente en un pilar de la sociedad capitalista. Su propia existencia estaba ligada al mantenimiento del capital, aunque tenía que salvaguardar los intereses de sus miembros dentro de las relaciones de mercado para seguir siendo un movimiento obrero.

En tiempos que desafían la existencia del capital, es decir, en situaciones de crisis o revolucionarias, las organizaciones obreras integradas en el capital se ponen del lado del capital aunque sólo sea por razones de autoconservación. En una sociedad socialista no tienen cabida los partidos ni los sindicatos. Pero esto significa que toda lucha revolucionaria que tenga como objetivo el socialismo es necesariamente también una lucha contra las viejas organizaciones obreras. La lucha es por la abolición simultánea de las relaciones de mercado y de producción y, por tanto, también por la abolición de las diferencias en la clase obrera provocadas por la división capitalista del trabajo.

Pero esta lucha aún no está en el orden del día. En la situación de crisis actual, como en todas las anteriores, la tarea de las organizaciones obreras oficiales sigue siendo ayudar al capital a salir de la crisis, lo que sólo puede hacerse a costa de los trabajadores: representan a los trabajadores ahora violando sus intereses futuros. En tales circunstancias, es más que probable que los trabajadores recurran a formas de acción incompatibles con los métodos sindicales habituales y prescindan de sus propias organizaciones para defender sus intereses a través de organizaciones más adecuadas. Y puesto que los “trabajadores en masa” a los que se refieren Roth y Behrens son el grupo de trabajadores más explotado, también cabe esperar que se encuentren en la vanguardia de las próximas luchas de clase.

Sin embargo, es un error suponer que el futuro próximo de las luchas de clase estará bajo el signo del “trabajador en masa”. El desarrollo va en otra dirección. La productividad del trabajo ha llegado a un punto en el que los trabajadores que se dedican realmente a la producción constituyen una minoría del total de la fuerza de trabajo, mientras que los que se dedican a la circulación y a otras actividades se convierten en la mayoría. Pero los trabajadores ajenos a la producción directa también forman parte de la clase obrera. La pauperización asociada a la crisis afecta a todos los trabajadores y les obliga a luchar. La distinción de clases está determinada por las relaciones de producción, no por la tecnología cambiante y la división del trabajo determinada por ella. El futuro no pertenece al “trabajador en masa”, sino a la clase obrera, si es que hay algún futuro.